¿Sabes cómo ayudar a tus hijos a comer bien?
La pasada semana, a través de la Escuela de Padres de Libertia, tuvimos el placer de hablar sobre dificultades de sueño y alimentación en los más pequeños a los padres y educadores de la Escuela Infantil Osobuco. En una entrada anterior ya comentamos algunas de las pautas que pueden favorecer unos buenos hábitos de sueño en los niños más pequeños. En este artículo nos proponemos compartir algunas de las estrategias más útiles para ayudar a los padres en la tarea de alimentar a sus hijos.
Objetivo: construir buenos hábitos
Antes de entrar de lleno en las estrategias que nos ayudarán a gestionar las comidas con nuestros pequeños, es necesario pararnos a reflexionar sobre cuál debe ser nuestro objetivo. A primera vista parece evidente: ¡que coma! La alimentación, precisamente por ser uno de los pilares básicos de nuestra subsistencia y desarrollo, preocupa mucho a las madres y padres, y esta angustia está en la base de muchas de las dificultades que surgen a la hora de alimentar a nuestros hijos por lo que no es cuestión baladí.
Para situar esta preocupación en su justo contexto, debemos ser conscientes de que afortunadamente la desnutrición infantil no es un problema frecuente en países desarrollados como el nuestro, con escasas excepciones relacionadas con enfermedades (que será el pediatra quien identifique) o situaciones de pobreza extrema que son evidentes para quienes las sufren.
En cambio, lo que sí está siendo un problema cada vez más grave en nuestro contexto es la malnutrición infantil. ¿A qué nos referimos con malnutrición? Fundamentalmente a dos problemas: 1) ingesta calórica excesiva que da lugar a sobrepeso y obesidad infantil (y que se continúa frecuentemente en la vida adulta), con todos los problemas de salud que esto acarrea, y 2) alimentación mediante productos poco saludables (p. ej., consumo de productos procesados, azúcares añadidos, etc. que sustituyen a la ingesta de otros alimentos saludables que contienen los nutrientes que el niño necesita).
Teniendo esto en cuenta, parece claro que nuestra principal preocupación, salvo raras excepciones, no debe ser que nuestro hijo coma poco, sino conseguir que se alimente de manera saludable. Además, nuestro objetivo no solo es que esté sano hoy, sino que también somos responsables de que adquiera una serie de hábitos que le ayuden a ganar autonomía en su alimentación para que cuando sea adolescente y adulto pueda continuar haciendo buenas elecciones, manteniendo una buena salud y teniendo una relación sana con la comida y con su cuerpo.
En resumen, de poco sirve angustiarme por lo que come hoy mi hijo si no estoy sentando unas buenas bases para su salud física y psicológica en el futuro. Una vez clarificado este objetivo, podemos continuar planteando algunas actuaciones que nos ayudarán a conseguirlo.
¿Cómo puedo ayudar a mi hijo a comer bien?
1. Enséñale a respetar las señales de su cuerpo
Una primera clave, que en ocasiones nos extraña ya que como adultos somos los primeros que la hemos olvidado, consiste en permitir que nuestro hijo haga caso de las señales de saciedad y hambre que le envía su cuerpo. A menudo nos cuesta confiar en ellas, porque como adultos creemos saber cuánto necesita comer nuestro hijo en cada momento y cuando vemos que se desvía de esta expectativa surge el conflicto y empezamos a intentar controlar lo que come.
Sin embargo, los adultos no somos buenos estimando las necesidades de alimento de nuestro hijo en cada momento, ya que no nos damos cuenta de que son mucho más pequeños que nosotros, que crecen de manera irregular (piensa en los “estirones”) y que los tipos de alimentos que les vamos ofreciendo cambian con el tiempo. Por todo ello, debemos ser conscientes de que muchas veces nuestro hijo necesitará comer más o menos cantidad de la que nosotros habíamos planificado o imaginado, y esto es perfectamente normal.
Permitirle que pida más comida si se queda con hambre o que pare de comer cuando esté lleno le ayudará a regularse mejor y evitará muchos conflictos en casa. Y sobre todo le ayudará a tener un mecanismo interno de regulación de la comida que le será muy útil durante toda su vida.
2. Ofrécele alimentos saludables
Evidentemente, la pauta anterior requiere una aclaración: los alimentos que ponemos a su disposición deben ser saludables y adecuados para ellos. O mejor dicho, debemos limitar su acceso a productos insanos. Ciertos productos están específicamente diseñados por la industria alimentaria para “engañar” a nuestro organismo (p. ej., productos muy dulces o muy salados) y en estas condiciones las señales de hambre y saciedad de nuestro cuerpo no funcionarán con normalidad. Por este motivo, somos responsables de asegurarnos de que la comida que tiene nuestro hijo delante es adecuada y nutritiva.
Esto puede parecer obvio pero en la práctica no es sencillo, ya que un rápido paseo por cualquier supermercado mostrará todo tipo de reclamos publicitarios para comprar alimentos llamativos, prácticos y muy atractivos pero nada saludables, por lo que hacer buenas elecciones puede ser todo un desafío, máxime cuando hablamos de niños, pues los productos infantiles suelen tener todo tipo de colores, personajes o juegos que los hacen muy interesantes para ellos y puede resultarnos difícil como padres decir que no en estas situaciones. Sin embargo, si somos consistentes comprando solo aquello que creemos adecuado y diciendo que no a las peticiones de nuestros hijos para comprar productos no recomendables esto se convertirá en un hábito y nuestro hijo lo asumirá con total normalidad y sin frustraciones.
3. Sé modelo de alimentación saludable
Una de las principales formas en que los niños (y los adultos) aprenden es por observación de modelos y muy especialmente por observación de los padres, que son su punto de referencia fundamental. Por este motivo, puede ser muy difícil instaurar buenos hábitos de alimentación en nuestros hijos si al mismo tiempo nos observan comer mal a nosotros.
Si quieres asegurarte de que tu hijo come bien, lo primero que debes hacer es mejorar tu propia alimentación. Da ejemplo de comer alimentos saludables como algo normal y habitual, muestra autocontrol a la hora de consumir productos menos saludables y procura tener en casa únicamente aquellos alimentos que debáis consumir, ya que si tenemos otro tipo de productos inadecuados en casa los veremos como algo normal, en vez de como la excepción que deberían ser, y nos resultará más difícil resistir la tentación de recurrir a ellos en cualquier momento.
También es importante cuidar la forma en que nos referimos a la comida y a nuestro cuerpo y el cuerpo de otras personas. Si nuestro hijo observa que hablamos con frecuencia sobre peso, calorías, dietas, estar gordo o delgado, etc., será más probable que se preocupe excesivamente por este tema. Hablar con normalidad sobre la comida, no relacionar estética con peso y mostrar una preocupación razonable pero no obsesiva por nuestra salud y la de nuestra familia transmitirá un mensaje más adecuado a nuestros hijos.
4. Evita las comparaciones
Tenemos una fuerte tendencia a la comparación con otras personas, máxime cuando hablamos de niños. Nos sale automático comprobar si ha aprendido a hablar, a caminar, a contar… más o menos rápido que otros niños. Además, a día de hoy existe gran cantidad de información que puede llegar a abrumarnos y a confundirnos, dándonos la sensación de que nuestro hijo tiene que desarrollarse necesariamente conforme a un patrón preciso y preestablecido, cuando en realidad hay mucha variabilidad y es normal que distintos niños se desarrollen a ritmos diferentes. Esto, que sucede en todas las áreas, también pasa con la comida y el peso y puede llevarnos a intentar alimentar a nuestro hijo de acuerdo con lo que comía su hermano mayor o la hija de mi vecina, en lugar de conforme a lo que él mismo necesita.
Presta más atención a lo que tu hijo demuestra que necesita, atendiendo a sus señales de que tiene hambre o está lleno, y no te preocupes sobre si evoluciona igual que otros niños, pues sus necesidades son únicas ya que tu hijo es único. No te obsesiones con los percentiles, ya que no son más que una información secundaria destinada al pediatra, que es quien debe valorarlos.
Te insistimos encarecidamente en que evites hacer comparaciones en voz alta delante del niño. Tampoco las utilices a modo de “chantaje” para que coma más o mejor. Evita también comparar su cuerpo con el de otros niños y niñas o describirlo como "gordito", "palillo", etc. Con ello no le ayudarás a mejorar, sino que le generarás una presión innecesaria y probablemente entorpezcas su autoestima.
5. Dale tiempo para comer
Ya sabemos que los niños hacen las cosas más despacio que los adultos. También suelen distraerse más, equivocarse, ensuciarse o “enredar”. Y esto es algo normal, porque son niños. Sin embargo, a veces nos falla la paciencia (o la planificación) y esperamos que se comporten como adultos. Planificamos tiempos ajustados para las comidas, esperamos al último momento para despertarlos y luego vienen los agobios cuando vemos que no llegamos a tiempo al colegio, que se ensucia o que se distrae. Lo peor es que, la solución que solemos encontrar es encargarnos nosotros o “facilitarle” las cosas: le damos nosotros la comida (porque así tarda menos), le damos productos con la que se ensucie menos (sean o no los mejores para él), limitamos sus movimientos…
Permite a tu niño que sea un niño. Cuando organices las rutinas diarias, ten en cuenta el tiempo que él va a necesitar para comer o para hacer cualquier tarea y adáptate a ello, aunque esto signifique que os da menos tiempo a hacer otras cosas. Permite que sea él quien vaya aprendiendo a llevarse la comida a la boca con sus manos o con los cubiertos, según su edad, aunque esto significa que tardéis más y que se pueda ensuciar y haya que limpiar o cambiarle de ropa de nuevo, ya que solo de esta forma aprenderá e irá ganando autonomía. Permítele que explore los alimentos con todos sus sentidos, pues esto despertará su curiosidad y sus ganas de experimentar con nuevos sabores y texturas. Todo esto contribuirá a que la comida sea un entorno más tranquilo y relajado, en vez de un momento estresante en el que vamos todos corriendo y nos enfadamos cuando algo se tuerce.
6. Haz de la comida un momento agradable
Aunque en esta sociedad de las prisas cada vez cuesta más encontrar tiempos para sentarnos todos a comer juntos, esto sigue siendo un hábito muy saludable para toda la familia y sobre todo para los más pequeños. Conseguir que las comidas sean un momento de encuentro entre los miembros de la familia ayudará a que vuestros hijos os observen comer y aprendan de vosotros como modelos. También os permitirá hablar con ellos de manera regular, algo cada vez más importante según crezcan. Aprovecha bien este tiempo, procurando que sea un momento agradable sin discusiones ni enfrentamientos, sino un tiempo relajado para compartir y disfrutar de estar juntos. De este modo, tu hijo asociará la comida con algo positivo y agradable.
7. No utilices la comida como un premio o un castigo
Con demasiada frecuencia recurrimos a la comida como un instrumento para premiar o castigar los comportamientos de nuestros hijos. Concretamente, utilizamos productos muy ricos pero frecuentemente poco sanos (p. ej., bollos) para premiar y otros alimentos sanos pero menos ricos (p. ej., verduras) para castigar. Con esto, estamos enseñándoles a asociar ciertos alimentos, que ya de por sí son más atractivos de lo que sería deseable, con emociones positivas (nuestra aprobación o alegría, por ejemplo) y viceversa (comer verduras se asocia con un evento desagradable).
Esto entorpece el proceso de aprender a comer de manera saludable y respondiendo a las necesidades nutricionales de nuestro organismo y sienta las bases de lo que se ha denominado “alimentación emocional”, es decir, utilizar los alimentos como una estrategia inadecuada para regular nuestras emociones: si he tenido un mal día o estoy de mal humor, comeré algo dulce (con lo cual, no aprenderé otras estrategias mejores para gestionar mi mal humor y aumentará mi propensión al sobrepeso y a la mala salud).
Hay muchas maneras de mostrar a nuestros hijos que estamos satisfechos de sus logros, por lo que es mejor no recurrir a la comida para ello y normalizar su papel dentro de nuestras rutinas diarias. Y por supuesto, no utilizar nunca los alimentos sanos como castigo.
Y sobre todo, no le obligues a comer
Si sigues las recomendaciones anteriores, ayudarás a tu hijo a disfrutar de la alimentación saludable y a aprender a regularse a sí mismo por medio de las señales que le envía su cuerpo. Además, le protegerás de desarrollar problemas más adelante relacionados con la alimentación y con su imagen corporal.
Comprobarás que no hace falta obligar a tu hijo para que este coma lo que necesita. Es posible que coma menos de lo que tú esperabas o que no siempre haga las elecciones que a ti te gustaría ni se adapte a tus tiempos, pero tenemos que tener en cuenta que son niños y están creciendo y aprendiendo.
Obligar o presionar a tu hijo a que coma (ya sea forzándole directamente, castigándole, chantajeándole, despistándole…) lo que hará será interferir en sus mecanismos naturales de hambre y saciedad. Generaremos conflictos en la familia, haciendo que el momento de comer se convierta en algo desagradable, y probablemente le enseñemos a “tener manía” a ciertos alimentos, probablemente los más saludables. Por estos y otros motivos, no es un mecanismo acertado para educar a nuestros hijos sino que puede ser contraproducente.
Cada niño y cada familia son un mundo y sabemos que no siempre es fácil seguir estas recomendaciones o que pueden ser insuficientes para poner soluciones a vuestras dificultades. Por ello, si lo deseas puedes consultar con nuestras profesionales para que te asesoremos sobre la mejor forma de solucionar vuestras dificultades o de promover una alimentación saludable en tu familia.
Bibliografía recomendada: “Mi niño no me come” de Carlos González y “Se me hace bola” de Julio Basulto
Irene Fernández Pinto
Psicóloga con autorización sanitaria colegiada con número M-22996. Licenciada por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), máster en Terapia de Conducta por el Instituto Terapéutico de Madrid (ITEMA) y máster en Metodología de las Ciencias del Comportamiento y de la Salud (UAM-UNED).