El estigma en salud mental
¿Te has planteado alguna vez la cantidad de veces que a lo largo de una semana oímos o hacemos comentarios, de modo casual o bromista, sobre la salud mental de las personas? “Estoy mal de la cabeza”, “Para hacer algo así debía de estar enfermo”, “Estás de psicólogo / psiquiatra”, “Tu hermana está loca”… Se trata de comentarios que hacemos de forma inocente, sin darles importancia, y muchas veces es posible que no la tengan.
Sin embargo, otras tantas veces estos comentarios pueden tener un efecto mucho más tóxico del que imaginamos a primera vista, ya que proyectan una imagen equivocada de los problemas psicológicos. Una imagen según la cual hay ciertas conductas o, peor, personas, que pueden catalogarse de “locas” o “enfermas”, que son incomprensibles, que no se rigen por las mismas reglas que las demás y de las que es mejor tomar distancia. Tal y como se explica en el recomendable libro “¿Nos estamos volviendo locos?”, esta línea divisoria entre normalidad y locura no solo es ficticia sino que únicamente contribuye a angustiar a quienes nos situamos a cualquiera de sus dos lados imaginarios.
¿Qué es el estigma en salud mental?
La palabra “estigma” proviene del griego y se refería originalmente a una marca negativa que no se puede borrar, como una picadura o, posteriormente, la marca de hierro candente usada para distinguir a criminales o esclavos. Actualmente es frecuente utilizarla en sentido metafórico en referencia a grupos de personas que sufren algún tipo de discriminación. Dependiendo del momento histórico y cultural, diferentes grupos de personas han sido objeto de este estigma (p. ej., grupos religiosos, razas, orientaciones sexuales…). En este artículo nos centraremos en el estigma que sufren actualmente las personas que presentan algún tipo de problema psicológico.
Podemos definir el estigma a partir de sus tres componentes:
Estereotipos negativos: mitos o creencias no contrastados que simplifican y reducen la realidad.
Prejuicios: actitudes emocionales de distanciamiento social fruto de los estereotipos anteriores.
Discriminación: trato diferencial que reciben las personas de este grupo con respecto al resto.
Estos tres componentes se relacionan a modo de profecía autocumplida: mis opiniones negativas sobre un grupo me generarán un rechazo que hará más probable que las discrimine (p. ej., no ofreciéndoles un puesto de trabajo). Esta discriminación, a su vez, dificultará la integración y mejoría de esas personas, perpetuará mi ignorancia sobre ellas, y por tanto el estereotipo que originó la situación se mantendrá e incluso acrecentará en el tiempo.
Mitos sobre los problemas psicológicos
A continuación comentamos algunos de los estereotipos más frecuentes acerca de las personas con problemas psicológicos:
Son violentas o agresivas: Este es uno de los estereotipos más dañinos y difundidos, y afecta especialmente a los problemas considerados como más graves (p. ej., esquizofrenia o trastorno bipolar) y que también son los más desconocidos y sobre los que solemos tener ideas más equivocadas.
Pese a la relación que a menudo se proyecta en los medios de comunicación entre episodios esporádicos de violencia y los problemas psicológicos de sus protagonistas, los estudios epidemiológicos no confirman esta relación entre problemas psicológicos y violencia. Además, lo que no se suele contar es que las personas con problemas psicológicos se dañan con más frecuencia a sí mismas que a los demás y que, de hecho, suelen ser víctimas de la violencia ejercida por otras personas más que agresoras.
Son débiles o carecen de fuerza de voluntad: Este mito suele aplicarse especialmente a problemas como la ansiedad, la depresión o los problemas del comportamiento alimentario (anorexia, bulimia, obesidad…). Sin embargo, cada vez hay más evidencias cuestionando el papel de la denominada “fuerza de voluntad” y llamando la atención sobre otros factores como el entorno en que nos desenvolvemos, los hábitos, la información disponible, la reacción de quienes nos rodean, etc. Atribuir los problemas psicológicos a una supuesta debilidad de carácter, además de no contribuir a solucionar el problema, lleva a culpabilizar a la persona que lo tiene.
No pueden curarse o recuperarse: Este mito, desgraciadamente promovido por muchos “profesionales” de la salud mental, resulta tremendamente desesperanzador para la persona con problemas psicológicos, que al conceptualizar su problema como crónico e intratable tendrá menos motivación para buscar ayuda para solucionarlo. Afortunadamente este mito es falso y a día de hoy existen tratamientos psicológicos eficaces para la mayoría de los problemas, y el tratamiento adecuado puede generar mejoras significativas y duraderas en el tiempo.
Etiquetar a todos los miembros del grupo como si fueran iguales: Pese a que los términos psiquiátricos (p. ej., depresión, esquizofrenia…) se crearon con el fin de facilitar la comunicación entre profesionales y la investigación, lamentablemente su uso se ha popularizado y los utilizamos de manera cotidiana sin saber realmente a qué nos referimos. Estas etiquetas nos llevan a adjudicar a personas concretas características de un hipotético grupo al que supuestamente “pertenece”, equivocándonos con gran seguridad ya que dos personas con la misma etiqueta pueden ser muy diferentes. Además, estas etiquetas acaban siendo verdaderamente dañinas, ya que nos llevan a razonamientos circulares: estoy triste porque tengo depresión, y digo que tengo depresión porque estoy triste. Esta forma de entender los problemas psicológicos, lejos de acercarnos a su solución, nos paraliza.
El origen de los problemas psicológicos es una mala crianza por parte de los padres: Si bien es cierto que los padres y los primeros años de vida tienen importancia en el desarrollo de las personas y el aprendizaje de muchos comportamientos, debemos entender que los mecanismos de aprendizaje a lo largo de la vida son muy complejos e influyen factores muy diversos e interrelacionados, por lo que no es justo ni correcto atribuir toda la responsabilidad de los problemas psicológicos a los padres. Afortunadamente el ser humano puede aprender y cambiar durante toda la vida.
Este mito es particularmente dañino en la medida en la que llena a los padres de miedos y angustias: ¿lo estaré haciendo bien?, ¿estaré generando un trauma a mi hijo?, ¿y si me equivoco?, ¿los problemas de mi hijo son culpa mía? Como consecuencia de estas angustias, algunos padres experimentan importantes sentimientos de culpa que les dificultan mantenerse firmes en sus pautas educativas. Otras muchas veces, viven el crecimiento de sus hijos como una estresante carrera de obstáculos en la que está prohibido fallar. Y lamentablemente en estas circunstancias pedir ayuda profesional a veces se siente como una forma de fallar un obstáculo, en lugar de como lo que realmente es: una manera legítima y responsable de superarlo.
¿Qué consecuencias tiene el estigma?
El estigma genera consecuencias objetivas, como por ejemplo la privación de ciertos derechos o la exclusión social, así como subjetivas, como resultado de que la propia persona que lo sufre interioriza los estereotipos y prejuicios, lo que la lleva a autodiscriminarse, a dudar de sus capacidades, a culpabilizarse y a aislarse socialmente, con el impacto que esto pueda tener en su integración social, su autoestima, etc.
Como consecuencia de todo ello, las personas con problemas psicológicos deben enfrentarse a un doble problema: los efectos derivados de las propias dificultades psicológicas y los efectos del estigma. Paradójicamente los problemas propiamente psicológicos suelen ser episódicos y tratables; en cambio, los efectos del estigma son más permanentes y complejos. De este modo, el estigma es una de las principales barreras (si no la principal) que deben superar las personas con problemas psicológicos, y los profesionales que las atienden, para ponerles solución.
Como resultado del desconocimiento que generan los estereotipos, hablar sobre problemas psicológicos se convierte en un tema tabú, algo de lo que no se habla en espacios públicos de forma no estigmatizada. Esto genera sentimientos de vergüenza y culpa en la persona con problemas psicológicos, mantiene el desconocimiento y perpetúa, por tanto, el estigma. Estigma que además acaba afectando a los familiares y los profesionales que atienden a estas personas, como si de algún modo hubieran sido “contagiados”.
¿Cómo podemos evitar alimentar este estigma?
Infórmate: La cantidad de información que nos rodea sobre Psicología y “trastornos mentales” es tan grande como errónea y llena de mitos ya descartados por la ciencia. Por eso, tener una opinión informada es la mejor forma de empezar. Para ello, te recomendamos el libro “¿Nos estamos volviendo locos?” en el que su autor explica de forma sencilla y amena los problemas psicológicos más habituales de una forma que te ayudará a verlos como algo más natural y menos misterioso o peligroso.
Desconfía de lo que no conoces: Muchas veces oímos contar historias que nos llaman la atención sobre comportamientos muy extraños, alarmantes, malévolos que han tenido otras personas, algo que nos deja horrorizados e indignados. Sin embargo, casi siempre desconocemos la mayor parte de las circunstancias que rodean a la situación. Probablemente si tuviéramos todos los datos, la conducta de estas personas nos resultaría mucho menos sorprendente y más comprensible. Así que antes de juzgar, mejor preguntarnos “¿Cuál será la pieza del puzle que me falta?” y parar ahí nuestros razonamientos.
Las películas, películas son: Las películas y series cada vez con mayor frecuencia utilizan personajes con supuestos problemas psicológicos para generar guiones más llamativos para los espectadores y que capten más audiencia. Debemos recordar el objetivo de la ficción es entretener y no informar, por lo que la imagen que proyecta no siempre es realista ni justa.
Presta atención a los comentarios que haces y oyes: Como decíamos al inicio, de manera inocente y descuidada, continuamente hacemos alusiones a características psicológicas que, además de desinformadas, pueden resultar dañinas. Estar atentos a nuestro lenguaje y a captar esos pequeños pero omnipresentes comentarios nos ayudará a generar un clima menos estigmatizante y más saludable a nuestro alrededor. Por ejemplo, en vez de "Se le ha ido la cabeza" podríamos decir "Me sorprende que esté reaccionando de esta manera" o "Este tema debe de haberle afectado mucho para tener una reacción tan intensa". En lugar de "Solo un loco actuaría así", podemos pensar "¿Qué circunstancias tan extremas podrán llevar a alguien a actuar de esa manera?" o simplemente "¿Qué información me estaré perdiendo?".
Piensa en la situación y las personas que tienes alrededor: Desde luego no es lo mismo un contexto informal de copas que una reunión de trabajo o un comentario en las redes sociales. Pero además de la situación, puede ser adecuado parar un segundo antes de hacer ese comentario potencialmente dañino para pensar quién es nuestro interlocutor y el efecto que puede tener, aunque a día de hoy muchas personas sufren estos problemas en silencio, por lo que podemos estar haciendo daño sin saberlo. Esto es especialmente importante cuando hay niños y adolescentes a nuestro alrededor, que van a tener más dificultades para poner nuestro comentario en su justa perspectiva por lo que tienen más papeletas para ser víctimas de este estigma.
En Libertia Psicología estamos muy a favor del sentido del humor, pero hay muchas cosas con las que se puede bromear y tal vez merezca la pena tomarnos algunas “píldoras de información” para que entendamos mejor de lo que estamos hablando y nos tomemos un momento para decidir si ese comentario o broma que estamos a punto de hacer realmente merece la pena o si es más dañino que gracioso. La salud mental es cosa de todos.
Si deseas ampliar más información sobre este tema, puedes consultarla en este estudio de la Confederación Salud Mental España, del que se han extraído muchas de las informaciones plasmadas en este artículo.
Irene Fernández Pinto
Psicóloga con autorización sanitaria colegiada con número M-22996. Licenciada por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), máster en Terapia de Conducta por el Instituto Terapéutico de Madrid (ITEMA) y máster en Metodología de las Ciencias del Comportamiento y de la Salud (UAM-UNED).