¿Cómo puede ayudarme el psicólogo con mi dolor?
El dolor es la causa más común de consulta médica y conlleva unos costes económicos, personales y sociales muy elevados. Tradicionalmente el dolor se ha enmarcado dentro de un modelo biomédico que entendía que la intensidad del dolor era proporcional al daño corporal sufrido. Sin embargo, durante las últimas décadas hemos ido comprobando que esta forma de concebir el dolor es claramente insuficiente y que se trata de un fenómeno mucho más complejo que involucra factores biológicos, psicológicos y sociales.
Para hacer frente al dolor, y en particular el dolor crónico, es necesario comprender todas las implicaciones que tiene para la vida de la persona que lo sufre. Probablemente tendrá un impacto importante en su vida cotidiana, pues la persona se verá dificultada o impedida a la hora de realizar muchas de sus actividades. Como consecuencia es posible que vea deterioradas o limitadas sus relaciones sociales, entre ellas sus relaciones familiares o de pareja, especialmente teniendo en cuenta el impacto negativo que el dolor suele tener sobre nuestra sexualidad. Además, muchas personas experimentan también dificultades laborales, al verse impedidas para realizar algunas o todas las tareas necesarias para su trabajo, lo cual, además de poder implicar consecuencias económicas estresantes, puede pasar factura a la autoestima de la persona, que se sienta menos útil o capaz que antes.
Por todo ello, es imprescindible tener una visión de conjunto sobre la experiencia de dolor de la persona que lo sufre para poder ayudarla a manejarlo de manera eficaz. Los psicólogos especializados en terapia de conducta son los profesionales que mejor respuesta pueden dar a este fenómeno desde una metodología científica y rigurosa totalmente compatible con los acercamientos médicos adecuados.
Entendiendo la experiencia del dolor
El dolor es un mecanismo del organismo, resultado de la evolución, cuya función es avisarnos de que existe un daño o una amenaza a la integridad de nuestro organismo. Se trata, por tanto, de una reacción generalmente adaptativa que nos ayuda a protegernos, evitando o eliminando los peligros y facilitando la reparación del daño. Por tanto, es natural que nos dé miedo y que queramos evitarlo a toda costa.
El problema se produce cuando la experiencia de dolor se prolonga en el tiempo, cuando no tenemos posibilidad de evitarlo o eliminarlo con nuestras estrategias habituales (p. ej., quedarnos inmóviles en la cama no ayuda, sino que empeora la situación) o cuando nos lleva a evitar aquello que precisamente conduciría a la curación (p. ej., no acudimos al médico por miedo a que nos haga daño o a que nos someta a un tratamiento desagradable, aunque eficaz). En estas y otras situaciones el dolor deja de ser un mecanismo adaptativo y puede dar lugar a mecanismos encadenados que nos lleven a ir manteniendo o empeorando nuestro dolor a lo largo del tiempo.
El dolor tiene implicaciones a distintos niveles, que están interrelacionados, y la forma en que nos manejemos a cada uno de estos niveles puede contribuir a intensificar o a paliar nuestro dolor. Estos niveles son:
Fisiológico o emocional: Algunos factores fisiológicos, como una mayor activación (que nos lleve a respirar de otra manera, a tener mayor tensión muscular, a aumentar nuestra presión sanguínea, etc.) pueden hacer más intensa la experiencia de dolor, especialmente en ciertos tipos de dolores de carácter tensional. Además, las emociones negativas (p. ej., tristeza, rabia o ansiedad) también pueden contribuir a que experimentemos de forma más desagradable el dolor.
Cognitivo: La forma en que interpretamos nuestro dolor también influye mucho en la intensidad con que lo experimentamos. Por ejemplo, percibir mi dolor como algo crónico (que me acompañará de por vida), incontrolable (no hay nada que pueda hacer para sentirme mejor), amenazante (señal de que me está pasando algo grave) o limitante (me impide hacer cosas que disfruto o valoro) hará mi experiencia mucho más insoportable. En cambio, en la medida en que considere mi dolor como pasajero, controlable y que no me impide llevar una vida satisfactoria lo percibiré como mucho más llevadero.
Conductual: La forma en que yo reacciono frente a ese dolor también influirá decisivamente en mi experiencia y en cómo evoluciona a lo largo del tiempo. Así, por ejemplo, muchos dolores de espalda empeoran cuando dejamos de movernos y se benefician de que nos mantengamos activos y con una buena tonificación de los músculos posturales. Sin embargo, cuando tenemos dolor con frecuencia tendemos a movernos menos, a reposar más o a hacer cambios en nuestra forma de movernos o en nuestra postura para evitar utilizar la musculatura que nos duele. Esto, a la larga, puede empeorar el dolor ya que vamos perdiendo fuerza en la zona.
Si el dolor es psicológico, ¿significa que es inventado? ¿La Psicología es la panacea?
La respuesta a ambas preguntas es un rotundo NO.
Cuando decimos que algo es psicológico, lo que estamos diciendo es que el profesional más adecuado para abordar el tema es el psicólogo, que se encarga de entender y modificar nuestros comportamientos (ya sean acciones, pensamientos o emociones). Pero el dolor es una experiencia muy real para quien lo padece. El abordaje del dolor requiere siempre de profesionales médicos que hagan un buen examen físico de la persona para identificar posibles daños o enfermedades que estén en la raíz del dolor. Sin embargo, el psicólogo dispone de una gran cantidad de herramientas para ayudar a la persona a modular el dolor y a limitar su interferencia en la vida diaria.
El tratamiento psicológico nunca reemplazará al abordaje médico, sino que ambos son compatibles y deben estar coordinados. La efectividad que tenga el tratamiento psicológico en el manejo del dolor de la persona dependerá de muchos factores, como el tipo de dolor y sus causas así como de aspectos sociales y psicológicos de la persona que lo sufre. Además, en algunos casos es posible que el abordaje psicológico permita a la persona hacer frente a sus síntomas mediante estrategias menos invasivas o con menos efectos secundarios que algunas estrategias médicas (p. ej., promoviendo una rehabilitación que haga innecesaria una cirugía o reduciendo la intensidad del dolor de modo que no sea necesario un uso tan frecuente de analgésicos).
¿Qué cambios pueden ayudarme a mejorar mi relación con el dolor?
Como decíamos anteriormente, la experiencia de dolor es compleja y en ella influyen muchos factores. Por este motivo, antes de realizar ningún tipo de cambio es muy importante consultar con los profesionales oportunos (médicos y psicólogos), que serán quienes nos asesoren sobre qué cambios son adecuados teniendo en cuenta nuestras características médicas (y el tipo de daño, si lo hubiere) y nuestras circunstancias personales y sociales. De lo contrario, es posible que pongamos en práctica estrategias que no sean adecuadas ni eficaces o, peor aún, que tengan un impacto negativo en nuestra salud.
Teniendo en cuenta lo anterior, a continuación proponemos algunas claves que pueden ser útiles en muchos casos, pero que, insistimos, deberás adaptar a tu caso particular, siempre siendo asesorado por profesionales sanitarios que conozcan tu caso.
Mantente físicamente activo: A menos que tu médico te indique la necesidad de reposo, mantenerte activo y realizando actividades contribuirá a que tu cuerpo se mantenga en forma, a que tengas un mejor estado de ánimo y a que te sientas útil. Para ello, es posible que tengas que hacer algunos cambios en tus rutinas o aumentar tu actividad de manera gradual, ya que después de un tiempo inactivo o con muchas molestias es normal que nos cueste retomar la actividad. Ten paciencia y pide ayuda a las personas que te rodean para buscar soluciones o recursos.
¿Puedes utilizar la parte del cuerpo que te duele? En la línea de lo anterior, es importante que consultes a tu médico si hay algún tipo de movimiento o actividad concreta que no puedas hacer o si puedes utilizar las partes de tu cuerpo que te duelen con normalidad. Existen muchos tipos de dolores que empeoran con la inactividad, ya que nuestro cuerpo se va atrofiando y perdiendo fuerza. Si este es tu caso, fíjate en cómo actúas y si el dolor te está llevando a compensar de alguna forma tus posturas o movimientos para evitar el dolor, ¿te mueves como antes? Recuperar el uso de tu cuerpo, aunque te provoque dolor o miedo a corto plazo, en algunos casos puede evitar que tus síntomas empeoren e incluso mejorar a largo plazo. Pero insistimos: siempre con asesoramiento médico.
Distráete y ocupa tu mente en otras cosas: Como veíamos antes, el dolor es un mecanismo adaptativo que busca captar toda nuestra atención para generar una reacción inmediata que nos proteja. Sin embargo, cuando el dolor se mantiene en el tiempo, prestarle mucha atención no solo no ayuda sino que aumenta la intensidad del dolor. La mejor forma de mantener mi atención lejos del dolor es llenarla de otras cosas: busca actividades que te absorban y limita el tiempo que dedicas a pensar en tu dolor.
Aprende a relajarte: Esta clave no es útil para todos los tipos de dolor, pero en algunos casos (p. ej., en ciertos dolores musculares o en cefaleas tensionales) nuestra activación o tensión es uno de los factores que contribuyen a hacer más intenso nuestro dolor (p. ej., agarrotamos los músculos o respiramos mal). Como nos duele, nos ponemos tensos, y esta tensión hace que nos duela aún más, generándose así un círculo vicioso. Por ello, aprender técnicas eficaces que nos ayuden a reducir nuestra tensión corporal puede ayudar en estos casos. Practicar diariamente estrategias como, por ejemplo, la respiración abdominal o la relajación muscular progresiva puede ser útil en estos casos.
Identifica tus pensamientos negativos: Cuando nos sentimos mal con frecuencia afloran pensamientos negativos que nos hacen ver las cosas de manera más dramática de lo necesario. Por ejemplo, repasamos mentalmente todas las cosas que ya no podemos hacer, nos enfadamos con el pasado o con personas que creemos que deberían estar ayudándonos más, nos angustiamos pensando en posibles consecuencias que no sabemos si sucederán o no, repasamos uno a uno nuestros síntomas y molestias o repetimos en bucle pensamientos como “No lo puedo soportar”, “Esto es horrible”, “Me siento fatal”... Tener momentos de este tipo es normal, fingir estar siempre bien y de buen humor no es algo sano ni esperable cuando tenemos dolor. Sin embargo, aprender a cortar esos pensamientos, dedicarles poca atención y no dramatizar nuestra situación nos ayudará a que el dolor sea más llevadero y a que nos limite menos.
Cuidado con las quejas y el victimismo: Apoyarnos en las personas que nos rodean, pedirles ayuda cuando las necesitamos o tener algunos momentos en que nos desahogamos con ellas y les expresamos nuestro malestar y nuestras preocupaciones es sano y una muy buena idea. Pero es muy importante que esta no sea la constante. Evita dedicar mucho tiempo a quejarte de tus síntomas (incluso contigo mismo), interésate por la vida de las personas que te rodean e impide que tu dolor o tus problemas médicos sean un “monotema”. Si hay cosas que puedes hacer por ti mismo, aunque te resulte cansado o molesto, ¡hazlas! Pedir ayuda no es malo, pero es importante que esa ayuda no se convierta en una muleta continua que nos impide trabajar en nuestra recuperación.
Sé asertivo: Cuando tenemos dolor o problemas médicos es posible que necesitemos, puntualmente o durante más tiempo, pedir ayuda a los demás o adaptar algunas cosas en nuestra vida para que podamos continuar haciendo aquello que queremos aunque sea de otra manera. Esto puede implicar esfuerzos por parte de los demás, y es importante aprender a pedir aquello que necesitamos de buenas formas en vez de enfadarnos o esperar a que los demás se den cuenta por sí solos. La asertividad también te será útil para cortar o reconducir aquellas conversaciones que no te vengan bien.
Acepta aquello que no puedas cambiar y adáptate a las circunstancias: Como hemos visto, muchas veces la solución al dolor consiste precisamente en ir obligándonos, poco a poco, a retomar la normalidad en nuestra vida y en la forma en que movemos nuestro cuerpo, enfrentándonos al miedo o a las molestias que eso supone. Sin embargo, en otros casos nuestras circunstancias pueden obligarnos a convivir con ciertas sensaciones o limitaciones durante más tiempo o de forma crónica. Esto puede generarnos tristeza, desesperanza o angustia, y eso es algo normal, pero recuerda que es posible aprender a aceptar la nueva situación y a buscar maneras en que puedas ser feliz y llevar una vida gratificante y plena, aunque haya que hacer cambios para ello. Aceptar nuestro dolor y nuestras circunstancias, cuando no podemos cambiar ciertas cosas, también lo hará mucho más llevadero y nos generará menos sufrimiento.
No evites a tu médico: Ir al médico asusta, y someternos a ciertas intervenciones molestas o invasivas mucho más. Por eso, hay personas que de manera más o menos consciente acaban postergando el momento de ir al médico o recurren a otros tipos de “profesionales” como alternativa. Esto es un error, ya que por evitarnos un malestar a corto plazo podemos acabar empeorando el problema y poniendo nuestra salud (e incluso nuestra vida) en riesgo. El psicólogo puede ayudarte a perder el miedo a ir al médico o a enfrentarte a las distintas pruebas y a tomar buenas decisiones para tu salud y tu vida.
Cuida de tu salud psicológica: Como comentábamos anteriormente, las emociones negativas potencian nuestra experiencia de dolor y hacen más probable que interpretemos aquello que nos pasa de manera negativa. Por ello, tener una buena salud psicológica hará que nuestros problemas médicos o de dolor sean más llevaderos. Además, muchos problemas físicos pueden tener una causa psicológica (p. ej., una mala gestión de la ansiedad puede provocar problemas gastrointestinales, dermatológicos, musculares, etc.), por lo que conviene poner solución a estos problemas cuanto antes para impedir que los síntomas empeoren. Además, la mayoría de los problemas por los que las personas acuden al médico actualmente son resultado de malos hábitos de vida (p. ej., tabaco, alcohol, sedentarismo, obesidad, malos hábitos de sueño…) y un psicólogo puede ayudarte a diseñar estrategias efectivas para que tengas un estilo de vida más saludable.
Si estás experimentando algún proceso de dolor crónico, esperamos que este artículo te haya resultado interesante y sobre todo haya contribuido a que percibas el dolor como algo mucho más manejable y controlable cuando se dan los pasos adecuados. Un psicólogo puede ayudarte a mejorar tu calidad de vida y a manejar mejor tus síntomas físicos, incluyendo tu dolor.
Bibliografía recomendada:
Díaz, M. I., Comeche, M. I. y Vallejo, M. A. (2010). Guía de tratamientos psicológicos eficaces en el dolor crónico. En Guía de tratamientos psicológicos eficaces II. Psicología de la salud (Pérez, M., Fernández, J. R., Fernández, C. y Amigo, I.). Madrid: Pirámide.
Pardo Cebrián, R. Problemas de dolor crónico, una conceptualización psicológica. Reeditor.com
Irene Fernández Pinto
Psicóloga con autorización sanitaria colegiada con número M-22996. Licenciada por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), máster en Terapia de Conducta por el Instituto Terapéutico de Madrid (ITEMA) y máster en Metodología de las Ciencias del Comportamiento y de la Salud (UAM-UNED).