¿Cómo cargarte la autoestima de tus hijos en 12 cómodos pasos?
Antes de dinamitar la autoestima, primero tenemos que saber a qué nos estamos refiriendo. La autoestima no es más que una etiqueta que nos permite resumir un conjunto de comportamientos relacionados con la valoración que hacemos de nosotros mismos. Una forma sencilla de resumir el tipo de comportamientos que engloba es hacer referencia a los clásicos tres niveles de respuesta:
Conducta cognitiva o verbal: Nuestros pensamientos, nuestro discurso, la percepción o imagen que tenemos de nosotros mismos… Por ejemplo, la forma en la que me describo (mi cuerpo, mis habilidades, mis éxitos o fracasos…), cómo me imagino a mí mismo (o incluso me dibujo), cómo hablo de mí ante los demás, etc.
Conducta fisiológica o emocional: En este apartado englobamos cuestiones como las emociones que siento cuando pienso en mí o me enfrento a mi comportamiento, a mi imagen (espejo, fotos…) o cómo valoro todo aquello que está asociado conmigo (mi trabajo, mis amigos, mi casa, mi ropa…).
Conducta motora: Nos referimos a comportamientos como buscar constantemente la aprobación o reafirmación de los demás (comprobar cuánto me valoran o aprecian, examinar mi aspecto físico, etc.), evitar cierto tipo de situaciones en las que me puedo sentir juzgado o en las que creo que puedo fracasar (p. ej., ir a comprar ropa, hacer una exposición en público, hacer un examen…) así como mi ejecución insegura cuando anticipo que voy a hacerlo mal (p. ej., ruborizarme o titubear cuando me relaciono con otros, paralizarme o revisar en bucle mientras estudio, etc.).
Estos son solo algunos ejemplos de cómo puede manifestarse lo que llamamos una baja autoestima. Sin embargo, es importante señalar que la autoestima no es algo unitario. Podemos creer que somos buenos en los estudios pero aborrecer nuestro aspecto físico o tener gran confianza en nuestras habilidades sociales pero pensar que somos un “pato mareado” para los deportes. Sin embargo, con frecuencia hay una tendencia a generalizar, es decir, a que mi alta o baja autoestima en ciertas áreas vaya impregnando progresivamente otras más o menos relacionadas hasta que llegue un punto en el que tenga sentido hablar de la autoestima en general.
Y entonces, ¿cómo destruimos la autoestima en los niños desde pequeños?
Critica, juzga, opina y señálale sus defectos: ¿es por su bien? Un muy buen punto de partida consiste en estar muy atentos a cualquier aspecto negativo en nuestro hijo o en su comportamiento y hacérselo saber sin demora y con insistencia. Si tiene algún defecto físico, la ropa no le sienta bien, tiene una risa poco común, algún tipo de tic, mala letra… cualquier excusa es buena para corregirle. BONUS: Corrígele en público, delante de sus amigos o de vuestra familia. Y, cuando estés con él, aprovecha también para criticar a otras personas, así aprenderá que somos objeto de escrutinio por parte de los demás y que ningún fallo o diferencia se pasa por alto.
Ponle una etiqueta, cuanto más amplia mejor: Si además de señalar un defecto o característica concreta le ponemos un adjetivo, lo bordamos. “Eres un atontado”, “Estás hecha un palillo”, “Nos has salido vaguete”, “Qué llorona eres”. BONUS: Para rematar la faena podemos minimizar las cosas positivas. Por ejemplo, “Qué raro que te hayan puesto buena nota”, “Esa ropa no te queda mal”, “Menos mal que hoy no te has portado tan mal como otros días”.
Compáralo con otras personas: Siempre se puede mejorar y por eso es importante que tenga puntos de referencia claros. Elige a hermanos, primos, amigos o incluso tú mismo a su edad para decirle qué cosas podría hacer mejor o cómo te está decepcionando. “Ay que ver, con lo bien que come tu hermano…”, “Ojalá hubieras salido tan sociable como la prima”, “Ya te gustaría a ti llegar a tener un trabajo como el de Paloma”, “Yo a tu edad era mucho más espabilado”. BONUS: Recibes puntos adicionales si haces estas comparaciones en presencia de las personas con las que le comparas, así harás la situación más violenta e incluso puedes generar rivalidad.
Castiga más y reconoce menos: “Estudiar es su obligación”, “A mí nadie me daba palmaditas en la espalda por ayudar en casa”… ¿Te suena? Si no hacen lo que deseamos, nos enfadamos, regañamos y castigamos. Cuando hacen lo que deben, miramos hacia otro lado pues es lo que tienen que hacer. Cuando menos reconozcamos sus esfuerzos y contribuciones, mejor. BONUS: No hay mejor manera de castigar, si queremos destruir la autoestima, que recurrir a críticas hirientes o humillantes y a faltas de respeto. Cuanto más arbitrarios seamos mejor, que no lo vean venir.
Presta toda tu atención a sus quejas: Bien, ya lo hemos conseguido, nuestro hijo se siente mal, inseguro y viene a contárnoslo, a quejarse y a lamentarse. Este es el momento ideal para prestarle toda nuestra atención, ya sea para consolarle o para echarle largos sermones sobre “lo que tiene que hacer”, y cuanto más mascado se lo demos mejor. Así aprenderá que la mejor forma de obtener cariño y atención es desde la queja, la pena y el victimismo. BONUS: El complemento perfecto consiste en ignorarle cuando nos cuente sus logros o aquellas cosas de las que está satisfecho u orgulloso. “¿Has visto qué bien me queda esta camiseta?”, “El tutor me ha dicho que está asombrado con mi progreso este trimestre”, “Me lo he pasado genial con mis amigos hoy”. ¿Para qué escuchar estas cuestiones tan triviales?
Pisotea tu propia autoestima: Los niños aprenden por observación, por tanto qué mejor que “contagiarles” la baja autoestima. Regodéate con él en tus inseguridades y tus defectos. Evita hacer cualquier cosa que te pueda hacer sentir mejor, que te ayude a aprender o a progresar o que te permita superar tus miedos. El inmovilismo es lo mejor. BONUS: Si tienes dificultades evita ir al psicólogo a toda costa. Es más, habla con frecuencia de lo inútiles que te parecen los psicólogos y de lo débil que es la gente que decide pedir ayuda.
Sobreprotégele y limita su autonomía: Los niños tienen todo un mundo de cosas por aprender. En otras palabras: aún hay muchas cosas que no saben hacer y las que sí hacen, las hacen mal con frecuencia. Por eso, lo mejor es adelantarte y hacerlas tú por él para que salgan bien rápido y a la primera. La paciencia no nos sobra, así que lo mejor es ayudarles con los deberes e incluso hacerlos por ellos, elegir nosotros toda su ropa, organizar los planes con sus amigos y ocupar cada minuto de su tiempo en alguna actividad a nuestro criterio. BONUS: Cuando tome alguna decisión hazle saber que es la incorrecta (“Qué pena, la comida que ha elegido tu hermana estaba más rica”). Impaciéntate cuando intenta hacer las cosas solo y ponle nervioso hasta que se equivoque (“Ay, chica, cuánto tardas en leer una frase”).
Sé su cortafuegos para que no se enfrente a lo que no le gusta: Si algo le cuesta, sal a su rescate y soluciónaselo. Si se queja, dile exactamente lo que tiene que hacer o hazlo por él. Si algo le da miedo, dile que no es necesario que lo haga, ¡total! De esta forma todos viviréis más tranquilos porque, ¿quién necesita aprender a tolerar la frustración? Ya tendrá toda la vida para aprender a encajar “noes”, a superar miedos, a esforzarse… ¿para qué enseñárselo desde pequeños? BONUS: Si además de evitarle estos “sufrimientos” lo acompañas de una pequeña crítica, la jugada es redonda. “Te voy a ayudar yo con las Matemáticas, que tú eres un poco negada”, “Me parece bien que no vayas al cumpleaños porque con lo vergonzoso que eres lo ibas a pasar mal”, “Anda, ponte con la consola que si no no hay quien te aguante”.
Haz las cosas a tu manera sin pensar en cómo le afecta a él: ¿Planificar las comidas para intentar que sean saludables? ¡No tengo tiempo! ¿Pedirle que te acompañe a comprar su ropa para que pueda elegir prendas que le gusten? ¡Qué tontería! ¿Supervisar lo que hace en el teléfono móvil o lo que ve en las pantallas? ¡Qué pereza! Prioricemos nuestras rutinas y nuestras costumbres, no podemos “mirarle el ombligo” al niño. BONUS: Los resultados de lo anterior se irán haciendo ver y lo mejor será negar cualquier responsabilidad por nuestra parte y señalarle con nuestro dedo acusador: “Es que eres un glotón, no me extraña que estés tan gordo”, “No me puedo creer que te entretengas viendo esas porquerías en la tele”…
Ten expectativas muy altas: Tenemos un hijo y nos hacemos ilusiones. Va a ser el más guapo, el que mejores notas saque, el más deportista, el más… Ahora le toca a él vivir con esas expectativas. Es verdad que a lo mejor no tiene los mismos intereses que tú o que se le dan bien otras cosas, ¡tonterías! Asegúrate de que tiene muy claro el tipo de persona que esperas que sea y señálale cualquier discrepancia que haya entre el niño perfecto que has soñado y la persona en la que se está convirtiendo. Las comparaciones del punto 3 te vendrán “de perlas” para esto. BONUS: Si la distancia entre tu niño soñado y tu niño real es insalvable, lo mejor es ir al extremo contrario y hacerle ver que ya no esperas grandes cosas de él.
Evita que tenga acceso a cosas bonitas, valiosas o que le hagan sentir bien: Una forma de construir nuestra autoestima consiste en rodearnos de distintos estímulos que tienen un valor gratificante para nosotros. Forramos nuestra carpeta con pegatinas de nuestros dibujos favoritos, hacemos actividades con las que disfrutamos, nos relacionamos con personas que nos tratan bien, nos aseamos y nos vestimos de forma que nos gusta, nos dedicamos a cosas en las que somos buenos y disfrutamos de los pequeños éxitos… Pero hay que ser prácticos e ir a lo sencillo. ¿Qué más da si no le gusta su ropa? Le han cortado mal el pelo, ¡ya le crecerá! Se le da genial jugar al fútbol pero yo creo que el tenis es un deporte más educativo. ¡A ver si me va a salir un niño consentido! Sé que soy un poco arisco con él, pero tampoco hay que tener la “piel tan fina”. BONUS: De nuevo, irnos al otro extremo también es una buena alternativa. Darle absolutamente todo lo que nos pida, incluso si se sale de presupuesto, si lo rompe a los dos días, si no es adecuado para su edad… Esto evitará que valore lo que tiene; aprenderá que su valor como persona depende de lo que tiene y de lo que aparenta.
No le permitas cambiar: Ya conocemos a nuestro hijo desde hace un tiempo. Apuntaba maneras y nuestras sospechas se han confirmado. Es desgarbado, feúcho, vaguete, insociable, poco espabilado, malo, desafiante, poco inteligente… ¡Tú eliges! Ahora tenemos que asegurarnos de que no se sale del guion. Estate alerta a cualquier cambio y ¡boicotéalo! ¿Que se está intentando arreglar más físicamente? “¡Aunque la mona se vista de seda…!”, ¿Está haciendo esfuerzos por relacionarse más con la gente? “Ten cuidado que a veces dices cosas un poco tontas”, ¿Se va a atrever a irse solo a un campamento? “Cuando te arrepientas no me llames llorando”, ¿Está haciendo más deporte? “Vas a durar dos telediarios”. BONUS: Castiga su asertividad. ¡Quién se ha creído que es! Aquí las normas las pones tú. Lo mejor es hacer oídos sordos cuando nos hace alguna crítica, nos pide algo, nos expresa sus necesidades o nos explica sus gustos o sus puntos de vista. Recuerda que la autoestima y la asertividad van de la mano.
Evidentemente esperamos que tu objetivo sea el contrario, contribuir a que tus hijos o cualquier niño que te rodee tenga una autoestima fuerte y sólida, así que evita caer en los errores anteriores o corrígelos si te das cuenta. La autoestima es muy importante no solo para que se sientan bien sino también para que se desarrollen, aprendan, se enfrenten a los miedos y desafíos que les surjan a lo largo de la vida, se repongan de los malos momentos, etc. También es fundamental para prevenir que sean víctimas de situaciones de bullying o acoso escolar, les ayudará con los estudios y en la búsqueda de empleo, a relacionarse de forma más positiva y segura, les hará más resistentes a caer en relaciones de dependencia emocional y un largo etcétera. ¡Todo un regalo! Y recuerda que si necesitas que te demos pautas más específicas para ayudar a tus hijos o a ti mismo a mejorar vuestra autoestima, puedes pedir cita con nuestras psicólogas.
Irene Fernández Pinto
Psicóloga con autorización sanitaria colegiada con número M-22996. Licenciada por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), máster en Terapia de Conducta por el Instituto Terapéutico de Madrid (ITEMA) y máster en Metodología de las Ciencias del Comportamiento y de la Salud (UAM-UNED).