¿Por qué no opinar sobre el cuerpo de los demás?
Vivimos en una sociedad donde opinar sobre la vida de otros parece algo cotidiano: desde sus cuerpos hasta sus decisiones personales, lo cual defendemos a través del concepto de “libertad de expresión”, pero... ¿qué línea delimita el creer que tenemos derecho a dar nuestra opinión con respecto a invadir la privacidad de una persona y poder expresar todo lo que pensamos?
La libertad de expresión es un pilar en el que se respaldan muchas de las sociedades que dicen ser democráticas en el mundo actual. El compartir ideas, críticas y perspectivas lo vemos como una contribución al pensamiento colectivo y al desarrollo individual. La línea delgada y fina que marca la supuesta libertad de expresión es el respeto a la dignidad, y en este concepto incluimos aspectos sensibles como el cuerpo, elecciones personales o las vulnerabilidades de una persona, considerando el gran impacto que pueden tener nuestras palabras en el otro.
Cuántas veces habremos escuchado, incluso, dicho a otra persona frases como: “¡Que guapa estas! ¿Has adelgazado?”, “Si fueses al gym estarías genial...”, “No te pases comiendo que luego te quejas”, “Con tu cuerpo esa ropa no te queda bien”... y así un largo etcétera que fácilmente ocuparía páginas enteras sobre comentarios y opiniones acerca del cuerpo de los demás.
Los cánones de belleza
Es un hecho que existen cánones de belleza, el ideal de un cuerpo, sin embargo, estos son totalmente arbitrarios y han sufrido cambios a lo largo del tiempo por cuestiones biológicas, socioculturales y económicas. Desde cuerpos voluptuosos hasta figuras delgadas y atléticas, dependiendo de lo que la sociedad ha valorado en cada momento. Pero, si algo queda claro, es que esos estándares han sido imposibles de alcanzar para la mayoría.
Históricamente, estos estándares han recaído con mayor peso sobre las mujeres debido a estructuras patriarcales que las han colocado en un rol de objeto o símbolo de perfección. Sin embargo, los hombres también están sujetos a cánones de belleza que pueden ser igualmente exigentes y perjudiciales, aunque suelen manifestarse de diferente manera.
Echando la vista atrás, en la antigüedad se valoraban los cuerpos femeninos voluptuosos, como la Venus de Willenford, ya que la belleza estaba asociada a la capacidad reproductiva y la salud. En la Edad Media y el Renacimiento, el ideal de la mujer se asociaba a la redondez y la piel clara, relacionado con la maternidad y la pureza, como se puede ver en las obras de Botticelli. Durante el siglo XIX, la delicadeza se convirtió en la norma, los corsés ajustados marcaban cuerpos imposibles que hacían parecer a la mujer tan indefensa y frágil que necesitaba protección. Avanzando al siglo XX, los estándares dieron cambios drásticos: desde los años 20 donde se perseguía la delgadez y la androginia, pasando por los años 50 y siendo el epítome de la belleza Marilyn Monroe con un cuerpo voluptuoso; a los años 80 y 90, esta vez, centrándose en cuerpos atléticos y tonificados, incluso extremadamente delgados como se podía ver en las pasarelas hasta los años 2000, con modelos como Kate Moss. Sin olvidarnos de los hombres, a lo largo del tiempo su máximo ha sido tener un cuerpo musculoso, fuerte, estilizado que reflejase su hombría, su autoridad y su capacidad para proteger y proveer a la familia.
Hoy, en plena era de las redes sociales, aunque los cánones son más diversos también se han establecido ideales. ¿La diferencia? No se persigue un cuerpo, sino fragmentos de él: los labios voluminosos, el abdomen definido, los glúteos voluminosos y levantados, las piernas delgadas pero atléticas, las pestañas pobladas como las de un cervatillo, los pechos grandes y levantados y, todo esto, intentando parecer los más natural posible. Ningún grupo personifica mejor estos ideales que las hermanas Kardashian-Jenner, quienes han marcado tendencia desde su irrupción en 2010 hasta la actualidad.
Reflexión
Es fundamental entender que, aunque los cánones de belleza son tan variables como fugaces, los comentarios sobre el cuerpo de otra persona pueden tener un impacto profundo y duradero. La mayoría de las veces y la mayoría de las personas, que no todas, cuando hablamos sobre la apariencia física de alguien, lo hacemos con buena intención, para hacer sentir bien a la otra persona, sin embargo, no siempre es el efecto que causa.
Detrás de comentarios como "Que bien te quedan esos pantalones, ¿has adelgazado?” puede haber una persona que lleva meses sin tener tiempo para comer adecuadamente; detrás de comentarios como "Te veo un poco más rellenita" puede haber una persona en tratamiento de anorexia; detrás de comentarios como "Como vas al gym te puedes permitir comerte esa hamburguesa" hay una persona que siente no merecerse comer... Las palabras que emitimos pueden dejar huellas profundas en la autoestima de quienes nos rodean, reforzar prejuicios sociales o alimentar inseguridades que ni siquiera imaginamos.
Lo que muchas veces no entendemos es que el cuerpo de cada persona es único y personal, y no está diseñado para ser un objeto de opinión pública. La presión social de cumplir con estos ideales puede provocar ansiedad, trastornos alimentarios, e incluso depresión. Además, estos comentarios perpetúan la idea de que el valor de una persona está ligado exclusivamente a su apariencia física, cuando en realidad el cuerpo solo es el vehículo que nos permite y ayuda alcanzar nuestras metas y vivir nuestras experiencias, el valor real esta debajo de esa superficie.
¿Cómo podemos dejar de contribuir y empezar a fomentar un espacio seguro y sano?
Superar esta dinámica implica educarnos en la empatía y en la importancia de la individualidad. Las opiniones son valiosas, pero el respeto lo es más. Cuando optamos por juzgar menos y comprender más, contribuimos a una sociedad que valora a las personas por quienes son, no por cómo se ven o las decisiones que toman. El verdadero reto está en aprender a distinguir entre nuestra necesidad de expresar una opinión y la posibilidad de guardar silencio. Preguntarnos antes de hablar: ¿esto ayuda o simplemente hiere? ¿lo que voy a decir respeta la autonomía y el contexto de la otra persona? Estas preguntas no buscan limitar nuestra libertad, sino expandir nuestra capacidad de comprender.
Opinar, como cualquier acto humano, conlleva una responsabilidad. Es tiempo de practicarla con más conciencia, con más cuidado y, sobre todo, con más respeto hacia quienes nos rodean. Porque todos merecemos ser tratados con la misma dignidad que exigimos para nosotros mismos.
Beatriz Fernández Fontal
Graduada en Psicología por la UNED. A su vez, cuento con la titulación de psicóloga en emergencias o crisis, expedida por la Fundación ANAR. Actualmente me encuentro cursando el máster en Psicología General Sanitaria en la Universidad Europea y realizando mis prácticas en Libertia Psicología.
Blanca Cantos Arroyo
Graduada en Psicología por la Universidad de Alcalá de Henares, actualmente me encuentro cursando el máster de Psicología General Sanitaria en la Universidad Europea y realizando prácticas en Libertia Psicología.
Esther Granizo de la Fuente
Graduada en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid, Máster en Psicología Clínica: Práctica Profesional por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Psicología General Sanitaria por la Universidad Europea de Madrid.