Comprender y hacer frente a la hipocondria
/Cuando hablamos de hipocondría solemos referirnos a personas que tienen un miedo muy intenso a la posibilidad de estar enfermas. Sin embargo, al igual que sucede con cualquier otro problema psicológico, dos personas que se consideren hipocondríacas probablemente tendrán formas de funcionar y de experimentar este problema muy distintas. El término “hipocondría” simplemente describe un abanico de experiencias muy amplio que suelen experimentar las personas con temor a la enfermedad. En esta entrada nos referimos a aquellos funcionamientos y experiencias más habituales, pero que deberán siempre adaptarse al caso individual de cada uno.
¿Por qué tenemos hipocondria?
La respuesta a esta pregunta resulta mucho más evidente si la planteamos de otro modo: ¿por qué tenemos miedo a estar enfermos? Resulta bastante claro que la preservación de nuestra vida es una de nuestras principales prioridades, y mantener un buen estado de salud es esencial no solo para mantenernos vivos sino también para vivir de manera gratificante y funcional. Por este motivo, experimentar preocupación y miedo por nuestra salud e integridad es algo natural y adecuado, especialmente en momentos en los que sentimos nuestra vida amenazada. Por ello casi todas las personas han experimentado “episodios hipocondríacos” en algún momento de su vida.
¿Cuándo se convierte este miedo a enfermar en un problema psicológico? Como decíamos, tener este miedo en algún momento de nuestra vida es algo natural y frecuente, el problema viene cuando este miedo es muy intenso, prolongado o duradero, cuando es desproporcionado de acuerdo con nuestro estado de salud y las evidencias que los médicos nos proporcionan y, sobre todo, cuando nos ocasiona consecuencias indeseables en nuestra vida. Algunos ejemplos de estas consecuencias negativas son: desarrollar un estado de ansiedad y angustia cada vez mayor, perder mucho tiempo chequeando nuestro cuerpo o acudiendo a especialistas, someternos a pruebas médicas invasivas que acaban siendo en sí mismas un verdadero riesgo para nuestra salud, no conseguir llevar un estilo de vida saludable (p. ej., porque tenemos miedo de hacer ejercicio físico), etc.
En estos casos se produce una paradoja: lo que empezó siendo un mecanismo natural para proteger la duración y la calidad de nuestra vida, acaba volviéndose en nuestra contra, reduciendo nuestra satisfacción vital e incluso sometiendo nuestra salud a un riesgo mayor. Cuando esto sucede, es fundamental que tomemos medidas eficaces para volver a tener el control de nuestra vida y de nuestro cuerpo.
Los motivos por los que desarrollamos hipocondría son diversos y complejos: raramente hay una causa única y sencilla. Malas experiencias pasadas relacionadas con profesionales sanitarios o con nuestra salud o la de nuestros seres queridos, fallecimientos traumáticos de personas de nuestro entorno, convivir con personas que hablan mucho acerca de enfermedades y síntomas (p. ej., personas ancianas, enfermas o hipocondríacas) o simplemente tener interés por estos temas, tener dificultades para comprender y regular nuestras emociones y las sensaciones físicas que nos generan… son solo algunos de los posibles desencadenantes.
Más importante que las causas son los factores que a día de hoy contribuyen a su mantenimiento en el tiempo. A continuación se repasan algunos de los factores más habituales.
El papel de los pensamientos
A continuación se describen algunas de las creencias que contribuyen a mantener y acrecentar la hipocondría:
La salud es cosa de todo o nada: Catalogar a las personas como sanas o enfermas puede llevarnos a alarmarnos en exceso ante el mínimo síntoma o sospecha de enfermedad, ya que esto automáticamente nos pondrá en el grupo de “los enfermos”, donde se encuentran también personas con enfermedades muy graves. En cambio, debemos entender que existe un continuo de salud-enfermedad, de modo que es posible tener ciertas dificultades sin que ello deba generarnos una gran alarma ni tenga por qué ser “el principio del fin”.
Es imposible descartar las enfermedades con total certeza: La ciencia médica avanza y nuestro sistema de salud cada vez dispone de mejores medios y de protocolos que contribuyen a la detección temprana de enfermedades frecuentes (p. ej., ciertos tipos de cáncer). Sin embargo, resulta absolutamente imposible tener una certeza completa acerca de nuestro estado de salud. Y en esta incertidumbre nos desenvolvemos la inmensa mayoría de las personas en nuestro día a día, igual que hacemos en todos los demás ámbitos de nuestra vida, que tampoco podemos controlar al 100%. Vivir es aprender a convivir con la incertidumbre.
Lo peor que puede pasarme es enfermar: Como hemos dicho, el miedo a la enfermedad es natural. Estar enfermo no es agradable para nadie y en algunas ocasiones puede llegar a ser muy molesto y problemático. Pero no es lo peor que nos puede pasar. Todos conocemos o hemos oído hablar de personas con enfermedades graves que afectan a su día a día y que, sin embargo, siguen adelante sacando el mejor partido de su situación. También hemos visto personas que, pese a estar sanas y con muchas cosas a su favor, lo pasan mal y no son felices. Por tanto, incluso si enfermáramos, probablemente habría mucho que podríamos hacer para mejorar nuestra calidad de vida. Con frecuencia, lo peor de los síntomas físicos no son las molestias que nos provocan directamente sino la ansiedad y la angustia con que los interpretamos.
Si estoy vigilante, podré coger el problema a tiempo: Muchos problemas médicos generan sensaciones tan evidentes que llamarán nuestra atención incluso aunque nos esforcemos por ignorarlos. Otros no tendrán manifestaciones evidentes hasta muy avanzada la enfermedad, en cuyo caso estar atentos tampoco ayudará (y para ellos establecen los médicos ciertos protocolos de detección temprana). Estar excesivamente atentos, en cambio, sí genera sensaciones físicas que pueden parecer síntomas sin serlo (tal y como explicaremos más adelante). Por todo ello, resulta mucho más productivo establecer (en cooperación con el médico y el psicólogo) una serie de condiciones objetivas en las que sí tenga sentido tomar medidas concretas (p. ej., acudir periódicamente a revisiones urológicas o ginecológicas, hacerse análisis de sangre regularmente, determinar en qué condiciones se tienen que dar ciertas sensaciones para acudir al médico, etc.).
El papel de la atención y las emociones
Uno de los principales factores en el mantenimiento de la hipocondría es nuestra atención. Las personas con este problema suelen dirigir su foco atencional hacia sí mismos y sus sensaciones corporales. Esto genera un círculo vicioso en el que las sensaciones corporales se retroalimentan: cuando centro mi atención en un punto de mi cuerpo, las sensaciones corporales en esa región aumentan (como si pusiéramos una lupa), lo cual hace que nos resulten más evidentes y llamativas. Pensemos por ejemplo en la ropa que llevamos puesta y las zonas del cuerpo en que ahora mismo está arrugada o nos aprieta: estas sensaciones nos pasaban desapercibidas hace un momento pero ahora no podemos dejar de sentirlas. Si por algún extraño motivo interpretara estas sensaciones como problemáticas o signos de enfermedad, probablemente les prestaré cada vez más atención y, por tanto, se harán cada vez serán más intensas, pese a que eran sensaciones perfectamente normales que antes ni siquiera notaba.
Esto resulta especialmente claro en aquellas sensaciones físicas típicas de la ansiedad. La respuesta de miedo o ansiedad genera una serie de cambios físicos en nuestro organismo (p. ej., sudoración, aceleración del corazón, tensión muscular, cambios digestivos…) para prepararnos para luchar contra una supuesta amenaza (o huir de ella). Estos cambios físicos son normales, adaptativos y suceden en todas las personas, pero quienes desconocen este fenómeno pueden interpretar estas reacciones corporales como síntomas o pruebas de una enfermedad inexistente.
El papel de nuestro comportamiento
Además del miedo a la enfermedad, de ciertas creencias erróneas que lo acentúan y de una tendencia a centrar su atención en sus propias sensaciones corporales, con frecuencia las personas con hipocondría hacen una serie de cosas, con el fin de tranquilizarse o sentirse mejor, que sin pretenderlo tienen un efecto fundamental en el mantenimiento del problema.
En primer lugar, como hemos visto, es frecuente estar vigilante al propio cuerpo y hacer comprobaciones frecuentes de nuestros “síntomas” o sensaciones. Por ejemplo, podemos hacer una especie de “repaso mental” de nuestro cuerpo para determinar si detectamos algo raro que llame nuestra atención (con lo cual, convertimos sensaciones normales en problemas que nos angustian y hacemos el “efecto lupa” del que hablábamos antes).
También es muy frecuente que con la intención de calmarnos recurramos a otras personas o medios para saber si lo que nos pasa es normal o si debe alarmarnos. Esto puede consistir en buscar información en Internet (que casi siempre nos devolverá una visión distorsionada y alarmante que no se corresponda con la realidad), preguntar a conocidos (que no tendrán información fiable y que a lo mejor, igual que nosotros, tienen tendencia a la hipocondría, con lo que nos retroalimentaremos los miedos), acudir a médicos o someternos a pruebas innecesarias.
Todos estos comportamientos tienen varios problemas. En primer lugar, dependeremos siempre de una fuente externa para tranquilizarnos, y cada vez recurriremos a ella con más frecuencia. Nuestra ansiedad aumentará y el tiempo que dediquemos a calmarnos también. Además, como es imposible estar 100% seguros de nuestra salud, siempre necesitaremos una nueva comprobación para quedarnos aliviados: nunca será suficiente. Cuanto más busquemos, más probable es que encontremos, aunque sea información errónea (p. ej., algún caso atípico en Internet, una historia extraña de algún conocido…). Como resultado, nuestros miedos irán aumentando en espiral. Y cuanta mayor sea nuestra ansiedad y nuestro miedo, más sensaciones físicas tendremos (como veíamos en el apartado anterior).
¿Qué podemos hacer para combatir la hipocondria?
Desplaza tu atención hacia fuera: Plantéate actividades incompatibles con estar centrado en ti y en tus sensaciones. Céntrate en tu trabajo, distráete con aficiones (p. ej., películas, libros, hacer manualidades, jugar a juegos…), presta atención al entorno que te rodea (p. ej., las personas con las que te cruzas, las tiendas por las que pasas…), haz planes sociales... Todo esto te ayudará a mantenerte ocupado y activo. Ten en cuenta que los momentos de aburrimiento e inactividad suelen ser los más propicios para empezar a preocuparnos y analizarnos.
Busca explicaciones realistas y no dramatizadas de lo que te sucede: Es posible que tengas la costumbre de interpretar de manera catastrófica tus sensaciones (p. ej., “me va a dar un infarto”, “me voy a morir”, “seguro que tengo cáncer”…). Piensa en otras posibles explicaciones alternativas a lo que te pasa (p. ej., “estoy nervioso”, “estoy pensando demasiado en mi cuerpo”, “hace mucho calor”, “tengo una contractura muscular”, “el médico ya me dijo que era normal”…) y no des por válida automáticamente tu primera interpretación dramática.
No busques información en Internet ni lo comentes con tus conocidos: Estas fuentes de información no son fiables ni las más adecuadas para ayudarnos, sino que posiblemente jugarán un papel contraproducente. Habla sobre tus enfermedades únicamente con tus médicos y con tu psicólogo. Es importante que tus conversaciones con otras personas se centren en otros temas que no tengan nada que ver con tu enfermedad: habla de temas agradables, intereses comunes, actividades cotidianas, interésate por cómo está la otra persona, etc.
Establece criterios objetivos y lógicos para acudir al médico: Pregunta a tu médico cada cuánto tiempo tendrías que hacerte revisiones y qué señales deberían indicarte la necesidad de acudir a verle la próxima vez. Anota las conclusiones en una tarjeta que tengas siempre a mano, para disuadirte de ir al médico si no es realmente necesario. Es posible que tu médico no sea capaz de ayudarte a determinar este tipo de criterios: el psicólogo, en colaboración con tus médicos, será el profesional más adecuado para ayudarte a manejar este tema de manera saludable.
Aprende a manejar el estrés y la ansiedad: Con frecuencia, muchas de las sensaciones físicas que se confunden con enfermedades están originadas o potenciadas por nuestra ansiedad, en respuesta a situaciones que tememos o a un estrés continuo fruto de un estilo de vida muy demandante. Si este es tu caso, aprender estrategias para gestionar la ansiedad puede ayudarte a reducir tus síntomas y mejorar tu calidad de vida.
Busca soluciones a tus problemas: En ocasiones, centrarnos en nosotros mismos es una forma de escapar a otras preocupaciones de nuestra vida que no sabemos cómo manejar. Por paradójico que resulte, nos es más fácil centrarnos en nosotros mismos aunque sea de manera negativa que ser conscientes de otras cosas que nos asustan o se escapan a nuestro control. En estos casos, es aconsejable ir a la raíz de nuestros problemas, ya sea pidiendo ayuda profesional que nos asesore para resolverlos (o aceptarlos) o desarrollando otras habilidades como la asertividad que nos den fuerzas para enfrentarlos.
Mantén un estilo de vida saludable: Un porcentaje importante de los problemas de salud que nos aquejan hoy en día son consecuencia de un estilo de vida poco saludable. En lugar de esperar a que los problemas se manifiesten, es mejor prevenir que sucedan en primer lugar. Mantener una alimentación razonablemente saludable, hacer ejercicio, eliminar nuestro consumo de tabaco u otras sustancias, etc. son formas mucho más eficaces de ocuparnos de nuestra salud, en lugar de preocuparnos por aquello que no podemos controlar.
Cuídate cuando estás bien y pide a los demás que hagan lo mismo: Cuando estamos enfermos solemos darnos permiso para dejar de lado algunas de nuestras responsabilidades y darnos algún capricho o cuidado especial. Y esto mismo hacemos unas personas con otras: cuidamos a los demás cuando creemos que están débiles y no pueden cuidar de sí mismos. Por el contrario, cuando estamos bien nos presionamos, nos exigimos y nos proporcionamos muchos menos cuidados. Además, los demás pueden centrar su atención en otras cosas o personas y hacernos menos caso o exigirnos más. Probablemente no hagamos nada de esto a propósito, pero el resultado es que en estas circunstancias estar mal está premiado y estar bien parece que se castiga. ¡Cambiemos las reglas del juego! Empieza a mimarte y tratarte bien cuando te encuentres bien, no te exijas en exceso y pide a los demás que te escuchen y te animen también en estos momentos. Si te encuentras bien, ¡celébralo!
La hipocondría es un problema complejo, ya que el origen de nuestros miedos somos nosotros mismos y nuestro cuerpo, por lo que es difícil tomar distancia de nuestro problema. Las sugerencias anteriores pretenden ser un apoyo, pero muchas personas necesitarán ayuda profesional para conseguir superar este problema y cambiar su forma de funcionar. Un psicólogo cuenta con todo un arsenal de técnicas eficaces que van mucho más allá de lo comentado aquí.
Si lo deseas, nuestros profesionales harán un análisis personalizado de tu caso y elaborarán un plan de intervención adaptado a tus necesidades y a tu ritmo. Y sobre todo no te conformes, ¡tus problemas tienen solución!
Irene Fernández Pinto
Psicóloga con autorización sanitaria colegiada con número M-22996. Licenciada por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), máster en Terapia de Conducta por el Instituto Terapéutico de Madrid (ITEMA) y máster en Metodología de las Ciencias del Comportamiento y de la Salud (UAM-UNED).