¿Te sientes mal por sentirte mal? Aprende a cortar el círculo vicioso
/“Es estúpido que me ponga así por esta tontería”, “No tengo derecho a sentirme mal”, “Soy una persona llorona y débil”, “Con las cosas que le pasan a otras personas, te pareceré absurdo por estar así por esta estupidez”, “Soy muy egoísta por preocuparme por estas cosas”, “Debería estar feliz y contenta con la vida que tengo”, “Soy una mala persona por sentirme así”…
Estas son solo algunas de las frases que oímos los psicólogos de personas que, por distintos motivos, lo están pasando mal y, para terminar de rematar la faena, se sienten aún peor (culpables, tontas, débiles, irracionales, egoístas…) por tener estas emociones, que sin embargo no consiguen evitar.
En esta entrada veremos cómo esto responde a una mala comprensión de nuestras emociones. Sentirnos mal por nuestras emociones, lejos de ayudarnos a estar mejor, solo contribuye a empeorar la situación, ya que ahora tenemos dos motivos de sufrimiento: aquello que nos hizo sentir mal en primer lugar y los “auto-latigazos” que nos estamos propinando gratuitamente. Combatir este tipo de ideas te ayudará a tolerar mejor tus emociones negativas y a enfrentar mejor los contratiempos.
¿De qué dependen las emociones?
Algunas personas tienen la falsa creencia de que las emociones tienen que ser un fiel reflejo de la realidad y de la gravedad “objetiva” de las situaciones que las generan. Según esta lógica, ser conscientes de las situaciones de guerra, catástrofes y epidemias que se están produciendo en algunos lugares del mundo debería resultarnos devastador, mientras que las malas contestaciones de mi jefe, vistas desde esta perspectiva, deberían resultarme intrascendentes. Para casi todos nosotros, esto no es así.
Todos hemos vivido en carnes propias experiencias que, vistas desde fuera podían parecer triviales o absurdas, pero que cuando nos tocan directamente nos generan emociones muy intensas. ¿Qué tipo de experiencias? Pues distintas para cada uno de nosotros según nuestra particular historia de aprendizaje. Por ejemplo, una pequeña molestia en la rodilla significará algo distinto para una persona sedentaria y con buena salud que para un deportista profesional que depende de su físico para trabajar o para alguien cuyo ser querido tuvo un síntoma similar que acabó siendo un cáncer terminal. Nuestra historia vital y nuestras circunstancias condicionan por completo y de forma muy íntima nuestras emociones y reacciones.
Intentar resumir todos los factores que intervienen en que algo me afecte más o menos sería interminable, porque nuestras vidas y experiencias son muy complejas, pero debemos partir de la base de que una emoción es una respuesta automática de mi organismo frente a un estímulo. Esta respuesta dependerá en gran medida de cuál haya sido mi historia con estímulos (situaciones, objetos, personas…) similares a lo largo de mi vida. Esto implica algo muy importante: mis emociones NO son una decisión, son una reacción aprendida. Yo no elijo cómo me siento, al menos no directamente. Sentirme culpable, enfadado, avergonzado… por cómo me siento es tan inútil como sentirme mal por experimentar dolor, frío o hambre. Son reacciones de mi organismo que yo no elijo ni controlo, “simplemente son”, y lo único que puedo hacer es tolerarlas y gestionarlas lo mejor posible.
La paradoja: intentando controlar lo incontrolable
Sentirme mal por sentirme mal tiene un primer efecto muy evidente: me siento aún peor. Pero la historia no termina aquí, y es que suele empeorar la forma en que gestiono la situación, dando lugar a un círculo vicioso en el que cada vez me resulta más difícil dejar de sentirme mal. Por ejemplo:
Ante la muerte de un ser querido, siento que no tengo derecho de estar cansada o triste porque hay otras personas que lo están pasando peor. Así que me presiono por aparentar que estoy bien y por hacer más cosas de las que puedo abarcar hasta que no puedo más y abandono o estallo reprochando a los demás que no me ayuden más.
Pienso que soy una persona estúpida por tener ganas de llorar durante la reunión de resultados con mi jefe, con lo que cuando noto que me empieza a temblar la voz abandono la sala, sin tener oportunidad de defender mi punto de vista, y teniendo cada vez más miedo a esa situación.
Mi pareja tiene pequeños, pero recurrentes, comportamientos que me molestan y me preocupan, pero siento que es absurdo que me enfade por cosas tan poco importantes. Me lo callo, pero se van acumulando en el tiempo hasta que un día que estoy más cansada estallo y tenemos una gran pelea por cosas que he ido pensando desde hace meses o años.
Llevo una temporada triste y sin ilusión. Me proponen buscar ayuda profesional para resolverlo pero pienso que es ridículo hacer perder a alguien el tiempo con “mis tonterías”, así que sigo tirando a mi manera, pero cada vez estoy más desanimada y acabo pidiendo la baja laboral porque no consigo levantarme para ir a trabajar.
Después de semanas con muy pocas horas de sueño, siento que cada vez que mi bebé se pone a llorar tengo ganas de abandonarlo y salir corriendo. Me siento una persona horrible por pensar algo así, con lo que me lo guardo y me presiono para hacer “lo que debo”, aunque cada vez siento que me irrito más fácilmente que le trato con menos cariño.
De manera inesperada, siento una punzada de atracción hacia un compañero con quien tengo buena relación, pese a que tengo una pareja con quien estoy muy satisfecha. Esto me hace pensar que mi relación no es tan buena como creía y comienzo a tener dudas y a analizar cada detalle. Mi relación se deteriora y rompemos.
Lo que tienen en común estas y muchas otras situaciones es que tengo una emoción que, aunque sea incómoda o molesta, puede ser esperable dada la situación en la que me encuentro, pero lejos de aceptar mi emoción, intento negarla, ignorarla o me enfado conmigo mismo por sentirla y, como resultado, la emoción se incrementa en el tiempo o no doy los pasos necesarios para poder sentirme mejor y adaptarme a las circunstancias a medio y largo plazo. En estos ejemplos, comprender mis emociones y aceptarlas sin darle más vueltas hubiera ayudado a gestionar mejor las situaciones.
¿Por qué nos sentimos mal por nuestras emociones?
Confundimos sentir y hacer: A veces le damos una importancia excesiva a las emociones, como si definieran el tipo de persona que somos. Esto es un problema porque las emociones son muy cambiantes de un momento a otro y además son ajenas a nuestra voluntad en gran medida, lo cual nos hace perder mucho control de nuestra vida y de nuestra autoestima. Es más útil entender que nuestras emociones no son voluntarias, no las elegimos. En cambio, sí podemos decidir lo que hacemos y tomar medidas activamente para cambiar nuestro comportamiento. Céntrate en cambiar aquello que sí está en tu mano cambiar y simplemente acepta (y comprende) aquellas emociones que se escapan a tu control. De este modo, se harán mucho más llevaderas.
Positivismo irracional: Nos encontramos también en una cultura en la que se nos bombardea con mensajes de positivismo a toda costa. “Lo que importa es tu actitud”, “Si lo deseas, lo conseguirás”… Con este tipo de mensajes, podemos llegar a pensar que si me siento mal es “por mi culpa” o porque yo lo quiero así. Nada más lejos de la realidad. Las emociones negativas forman parte de la vida y son una reacción natural y esperable ante ciertas circunstancias. Tan desajustado puede ser estar triste ante cualquier circunstancia como estar sonriente en todo tipo de situaciones.
Necesidad de control: Una característica muy propia de nuestros tiempos es nuestro deseo de controlar todos los aspectos de nuestra vida. A los animales en general y a los seres humanos occidentales en particular nos resulta desagradable desenvolvernos en situaciones de incertidumbre en las que no tenemos el control. Por ello, es de esperar que puestos a controlar, intentemos controlar también cómo nos sentimos en todo momento. Aprender a aceptar lo que no está en nuestra mano cambiar y a tolerar ciertas situaciones o emociones desagradables que forman parte de la vida nos hará mucho más fácil atravesar situaciones complicadas por las que todos pasamos.
Yo, mi última prioridad: Finalmente, la tendencia que tienen muchas personas a poner sus necesidades al final de la cola de prioridades también dificulta mucho la gestión de las emociones. Nuestras emociones son “mensajes de nuestro organismo” que nos indican cuándo tenemos una necesidad (de pedir un cambio, de pedir apoyo, de descansar, de divertirnos…). Si no damos importancia a nuestras propias necesidades es normal que veamos esas emociones como “enemigos” que nos invitan a ser egoístas. Por el contrario, aprender a cuidar de nosotros mismos y a reconocer que nuestras necesidades son tan importantes como las de los demás (y que son nuestra responsabilidad) nos ayudará a ser más receptivos hacia nuestras emociones.
¿Cómo cortar este círculo vicioso?
Las emociones son normales: reconoce que “te sientes como te sientes”, simplemente. Las emociones no son buenas ni malas, no son altruistas ni egoístas, no son raras. Son simplemente un mensaje que te traslada tu cuerpo y que contiene información valiosa. Tú decides qué uso haces de esta información y cómo quieres reaccionar a partir de ella.
Controla lo que sí puedes controlar: en lugar de auto-fustigarte por tus emociones, que ya hemos insistido en que no son “culpa” ni decisión tuya, céntrate en aquello que sí está en tu mano cambiar, esto es, tus comportamientos y tus hábitos de pensamiento. No somos lo que sentimos, sino lo que hacemos.
Sentirse bien es agradable, pero no siempre es lo adecuado: Todas las emociones tienen una razón de ser y todas ellas son útiles y necesarias. Las emociones positivas son importantes y es bueno cultivarlas de manera habitual por medio de nuestros comportamientos y pensamientos. Pero también es importante y esperable sentirnos mal en distintas situaciones. Una persona con emociones negativas no es una persona tóxica, débil ni mala, es simplemente una persona humana que reacciona a su medio ambiente. Eso sí, si las emociones negativas son extremas, duran mucho en el tiempo o no se ajustan a tu situación particular, puedes pedir ayuda profesional y te enseñaremos estrategias para mejorar el ajuste entre tus emociones y tus circunstancias, o sencillamente para mejorar tus circunstancias.
No permitas que se castiguen tus emociones: A sentirnos mal por nuestras propias emociones también se aprende y muchas veces lo hacemos mediante la exposición a las críticas de los demás. A veces son otras personas las que nos dicen cosas como “Bueno, no es para tanto”, “Madre mía cómo te pones por cualquier tontería”, “Ese me parece un pensamiento bastante egoísta”, “Deja de llorar y no te hagas la víctima”, etc. Aprender a cortar y a afirmarnos frente a estos comentarios es importante. Por ejemplo, “Tengo derecho a sentirme como me siento”, “A lo mejor a ti no te parece importante pero para mí sí lo es”, “Por favor, no descartes mis sentimientos”, “A cada persona nos afectan las cosas de una manera”, “Lo egoísta sería actuar así, no pensarlo”, “Que me emocione no significa que no esté razonando”. Haz esto no solo con los demás sino también contigo mismo cuando te des cuenta de que estás enfadándote o criticándote por tus emociones.
Empatiza con las emociones y situaciones ajenas: Con frecuencia, el motivo por el que algo nos parece “ridículo”, “absurdo”, “exagerado”, “egoísta”, etc. es simplemente porque no nos hemos parado lo suficiente a considerar la situación de esa persona. Esto lo comprobarás cuando otras personas hacen comentarios sobre tu vida a la ligera “sin saber de la misa la media”. Cuando nos detenemos a analizar todas las circunstancias que han llevado a una persona a sentirse como se siente, resulta evidente que se sienta así, de hecho parece casi inevitable. Y este es uno de los motivos por los que los psicólogos nos dedicamos a comprender, y no a juzgar, a nuestros clientes. Esfuérzate por ser más comprensivo con otras personas y por no juzgar sus reacciones emocionales con dureza, intenta tener en cuenta más ángulos a la hora de juzgar su reacción. Este ejercicio te ayudará también a ser más comprensivo contigo mismo y con tus circunstancias y a juzgar tus emociones con menos severidad.
Cuídate: Presta atención a los mensajes que te están transmitiendo tus emociones, sin juzgarlos, y busca la manera de satisfacer tus necesidades de una forma que sea sana y constructiva para ti no solo a corto sino también a largo plazo. Cuidar de ti debe ser una prioridad, porque eres la principal persona responsable de tu cuidado, y si tú no estás bien difícilmente podrás contribuir eficazmente al bienestar de los demás. Date permiso para descansar, para disfrutar o para expresar tus emociones a personas que sepas que van a escucharte sin juzgarte, pues lo normal es no estar al 100% en todo momento y circunstancia.
Recuerda, eso sí, que el objetivo no es resignarse a sufrir, sino simplemente no sentirte mal ni culpable si lo estás pasando mal, pues esto solo empeorará las cosas. Ante una situación de sufrimiento, en ocasiones no nos queda más remedio que aceptarla y transitar por ella lo mejor posible. Otras veces hay cosas que podemos hacer activamente para evitar quedarnos encerrados en ese sufrimiento, de modo que avancemos y salgamos fortalecidos de la experiencia. Si necesitas ayuda nuestros profesionales están a tu disposición. Recuerda que no eliges cómo te sientes pero sí puedes elegir cómo actuar al respecto.
Irene Fernández Pinto
Psicóloga con autorización sanitaria colegiada con número M-22996. Licenciada por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), máster en Terapia de Conducta por el Instituto Terapéutico de Madrid (ITEMA) y máster en Metodología de las Ciencias del Comportamiento y de la Salud (UAM-UNED).