¿Sabes escuchar?
/¡Qué sencillo parece escuchar y sin embargo qué raro es que lo hagamos bien! Ya sea porque no tenemos tiempo para nada, porque saltamos de una conversación a otra por el móvil, porque estamos tan centrados en nosotros que nos olvidamos de pararnos a entender al otro… nuestra capacidad de escucha puede dejar mucho que desear.
Esto podría explicar por qué es tan frecuente que las personas acudan a la consulta del psicólogo con un deseo o incluso una intensa necesidad de ser escuchadas y comprendidas. O por qué, tras una primera sesión en la que el psicólogo aún no ha tenido tiempo de poner en práctica casi ninguna de sus estrategias de cambio, es frecuente que muchas personas salgan tremendamente aliviadas y con una gran sensación de haber puesto sus ideas en orden. Y a veces observamos que solo el hecho de ser escuchados puede provocar cambios enormes.
¿Cuánto podría mejorar nuestra sociedad si nos escucháramos de verdad? ¿Cómo mejoraría nuestro bienestar y el de nuestros seres queridos si pusiéramos en práctica esta importante habilidad? ¿Cómo mejorarían nuestras relaciones?
¿Cómo podemos escuchar mejor?
Los psicólogos hablamos con frecuencia de la “escucha activa”, que consiste en una serie de comportamientos que permiten que una persona se prepare para escuchar y para dar muestras de disponibilidad e interés hacia la persona que habla (p. ej., mirar a los ojos, orientar la postura hacia el otro, no interrumpir, parafrasear…).
Estos comportamientos, que se pueden aprender, suelen ser propios de personas que escuchan y contribuyen a que el hablante se sienta escuchado. Sin embargo, coincidimos con Celeste Headlee en esta recomendable conferencia sobre cómo mejorar nuestras conversaciones en que lo más importante es sencillamente tener interés en lo que está contando la otra persona. Si tenemos este interés, lo más probable es que emitamos señales verbales y no verbales que lo acompañen. Si no lo tenemos, tenderemos a apartar la vista, a hacer preguntas irrelevantes, a interrumpir, a llevar la conversación a nuestro terreno, etc.
Por ello, la primera clave para aprender a escuchar es generar este interés genuino en la otra persona y lo que nos está contando, pues de lo contrario será muy difícil que la conversación vaya bien y tal vez sea mejor cortar cuanto antes y no perder el tiempo ni las energías de ninguno de los dos.
Este interés puede deberse a distintos motivos: ¿qué significa esta persona para mí?, ¿qué puedo aprender de ella?, ¿cómo me gustaría que me trataran si yo me encontrara en su situación?, ¿qué significa esta relación para mí y por qué me interesa cultivarla?, ¿por qué para esta persona es importante lo que me está contando?, ¿podría serme útil escuchar lo que me dice? Partiendo de preguntas como estas, puedo ponerme en situación de escucha y hacer un esfuerzo por no simplemente oír, sino escuchar y comprender realmente lo que me está intentando transmitir y qué significa o cómo lo está experimentando esa persona.
Así nos resultará más fácil aplicar una serie directrices que permitirán que la escucha sea más productiva y que saquemos algo en limpio de ella, en lugar de ser un mero intercambio de frases de dos personas que hablan en paralelo. Por ejemplo:
Si estás escuchando, no hagas otra cosa: “Sigue hablando que te escucho, solo estoy mirando una notificación”, “Voy cocinando mientras me lo cuentas”, “Oye, qué buena es esta música que están poniendo”, “Espera un momento que me está hablando mi primo al mismo tiempo”… Todo esto puede servir para “conversaciones de relleno”, pero debemos ser conscientes de que se trata de intercambios de baja calidad en los que no mostramos interés ni procesamos realmente todo lo que la otra persona nos está diciendo. Si queremos tener una conversación genuina o hacer que el otro se sienta escuchado, dediquémosle toda nuestra atención durante un rato (sentémonos frente a él, mirémonos a los ojos, ignoremos las distracciones…).
Haz preguntas pertinentes: Cuando sigo con atención una conversación, lo normal es que haya cosas que me llamen la atención, que no termine de entender o que quiera saber más. Hacer preguntas “que vienen a cuento” es una forma de participar en la conversación y de demostrar al interlocutor que le estamos siguiendo y que nos interesa lo que cuenta. “¿Cómo reaccionó tu padre cuando se lo dijiste?”, “¿Por qué te gusta más este tipo de trabajo?”, “¿Qué tipo de ejercicios sueles hacer en ese gimnasio?”, “¿Qué tal te sientes ahora que ya has terminado?”.
Almacena información importante y vuelve a interesarte por ella: Nuestras conversaciones raramente son burbujas aisladas con principio y fin. Normalmente tienen que ver con acontecimientos que se desarrollan en el tiempo. Igual que cuando vemos una buena serie estamos esperando el próximo episodio, podemos seguir interesándonos por lo que nos ha contado esa persona. La próxima vez que nos encontremos con ella podemos hacer memoria de lo que hablamos la última vez y volver a preguntarle por ello (“¿Qué tal fue aquella reunión que tanto te preocupaba?”, “¿Probaste ya aquel restaurante que tenías ganas de visitar?”). O podemos ponernos recordatorios para preguntar a esa persona cuando llegue cierta fecha (p. ej., “¿Qué tal ha ido tu cita con el médico?”, “¡Mándame alguna foto de vuestro viaje!”…).
Si no te están pidiendo consejo, no lo des: Con frecuencia, cuando alguien nos cuenta algo asumimos que de alguna forma está esperando que nosotros, en nuestra gran sabiduría, le digamos lo que tiene que hacer. Sin embargo, la mayoría de las veces, las personas ya saben lo que van a hacer (y si no es así, pueden preguntarnos). Si nos hablan suele ser porque quieren compartir con nosotros lo que les está pasando o desahogarse del estrés, tristeza o preocupación que sienten. Dar soluciones que nadie nos ha pedido puede hacer que el otro se cierre en banda y no nos vuelva a contar cosas, porque no se ha sentido escuchado ni entendido. Además, en nuestro impulso de dar nuestra opinión, solemos hablar prematuramente antes de haber entendido realmente la situación de la otra persona con todos sus matices. Muchas veces lo más valioso que podemos ofrecer es nuestro interés y escucha, y solo si tenemos algo realmente útil que aportar o nos piden consejo abiertamente tendrá sentido que demos nuestra opinión.
Evita los mensajes “pues yo”: ¡Cómo nos suele gustar hablar y qué poco escuchar! Y esto se nota, especialmente cuando cualquier cosa que nos está contando otra persona se transforma rápidamente en una conversación sobre mí. “Estoy agotada con el trabajo”, “Pues yo no sabes la semana que he tenido”. O “Hemos estado de viaje en Valencia”, “Ah, yo fui el año pasado y…”. Es aún peor cuando asumimos que la experiencia del otro es equivalente a la nuestra: “Estoy bastante triste ahora que mi hijo se ha ido de casa”, “Bueno, ya verás cómo va a ser una bendición, yo me quedé tan a gusto”. Así evitaremos estar “cada loco con su tema” y que las conversaciones no sean sino monólogos en paralelo.
Tiempos para hablar y tiempos para escuchar: Debemos distinguir cuándo estamos centrándonos en una experiencia que el otro nos está contando o una opinión que nos está expresando y cuándo es momento de hacerlo nosotros. Esperar a que el otro termine de expresar lo que quería para comenzar a hablar de lo que a nosotros nos importa, nos interesa u opinamos requiere práctica y atención a las señales verbales y no verbales de la conversación. Igual de importante es conseguir que la otra persona nos escuche cuando hablamos, por ejemplo, haciendo uso de nuestra asertividad (“Espera, no me interrumpas que te quiero contar esto”, “Bueno, aunque tú lo vivieras así para mí está siendo diferente”). Esto permitirá que podamos escuchar con más calma, sabiendo que también llegará nuestro turno.
La conversación no es un mero intercambio de datos: A veces cuando hablamos con otras personas nos desesperamos porque queremos que nos den la información de forma comprimida porque “no queremos perder el tiempo”. No prestamos atención a los matices, a las emociones o las opiniones. Pero hablar es mucho más que intercambiar información. Hablar es relacionarse, conocerse, entretenerse, aprender a confiar en el otro, compartir sentimientos y gustos, desahogarse, disfrutar… Es más, insistir en los datos (“¿Cómo se llamaba ese sitio?”, “¿Qué día fue, martes o miércoles?”) sí que puede ser pesado a veces. En ciertas ocasiones podemos necesitar ser eficientes y reducir la comunicación a su mínima expresión y a su máxima eficacia, como cuando hacemos un trámite en el trabajo o pedimos una información concreta. Pero este modus operandi no es el adecuado si queremos tener buenas relaciones con otras personas y hacer que se sientan comprendidas.
No juzgues, tu opinión no es la única: Cada vez con más frecuencia, quizás por la polarización social que existe con muchos temas o por el efecto de los medios de comunicación, las conversaciones se vuelven batallas campales en las que todos expresamos nuestra opinión como si nos fuera la vida en ello. Parece como si nuestro objetivo fuera quedar por encima, demostrar nuestro conocimiento sobre un tema o dejar sin argumentos al contrario. Casi parece nuestro deber expresar nuestro punto de vista sobre cualquier tema (lo conozcamos a fondo o no) y nos sentimos estúpidos si permitimos que otra persona exprese un punto de vista discordante sin protestar. Parece además que es nuestra obligación tener una opinión sobre cualquier tema, por lejano que nos quede. Es importante darnos cuenta de que hay momentos y situaciones para todo. Con ciertas personas o en ciertos contextos puede ser adecuado e incluso necesario que expresemos nuestra opinión (p. ej., mientras trabajamos o si vemos que otra persona está haciendo algo peligroso o perjudicial). Pero la mayoría de las veces, podemos dejar nuestras opiniones en la recámara y simplemente escuchar lo que la otra persona nos cuenta, porque nuestro punto de vista no siempre es lo más importante e imponerlo en cada conversación nos impide estar abiertos a otros planteamientos y respetar y aprender de los demás.
¿Cuándo estamos escuchando demasiado?
Por muchas ventajas que pueda tener escuchar con interés, también es importante reconocer cuándo escuchar se está convirtiendo en un problema. Escuchar puede llegar a ser contraproducente cuando noto que me está haciendo daño a mí, a la persona a la que estoy escuchando o a terceras personas. Veámoslo más despacio:
Dañino para mí: Cuando adoptamos un papel de “confesor” o consejero al que vienen los demás a contar sus problemas y desahogarse, pero luego no se interesan por lo que yo quiero contar o por mis necesidades, estamos creando una relación asimétrica que puede ser perjudicial. Las relaciones, al menos entre iguales (amigos, pareja…) deberían basarse en la reciprocidad. Escuchar demasiado también puede volverse demasiado agotador, agobiante o emocionalmente doloroso, por ejemplo cuando otras personas me cuentan demasiadas cosas estresantes o tristes y esto llega a afectar a mi estado de ánimo, o cuando aquello que estoy escuchando toca alguna “fibra sensible” porque se trata de un tema doloroso o difícil para mí.
Dañino para el que habla: Otro error común es pensar que por escuchar una y otra vez las mismas “penas” de la otra persona la estamos ayudando a estar mejor. Cuando escuchar únicamente sirve para que el otro se desahogue momentáneamente pero luego todo sigue igual indefinidamente, lo que estamos haciendo no es ayudar sino que incluso podemos estar empeorando el problema. A veces sucede que al quejarnos “perdemos fuerza por la boca” y después de haber compartido nuestras preocupaciones ya no tomamos medidas activamente para resolverlas. También podemos acostumbrarnos a quejarnos y a dar vueltas una y otra vez a las cosas, pues así conseguimos la atención y el cariño de nuestro entorno.
Dañino para terceras personas: En algunos casos, dedicamos tanto esfuerzo a escuchar a ciertas personas muy demandantes que nos quedamos desganados para mostrar interés por otros, que quizás lo pidan menos pero también lo necesiten. Con frecuencia esto pasa con nuestros seres más próximos (p. ej., las personas que conviven con nosotros): llegamos a casa tan agotados de nuestro trabajo y de la conversación que hemos tenido con nuestra amiga por teléfono que no nos paramos a preguntar a nuestra pareja o a nuestros hijos qué tal ha ido su día. Asegúrate de prestar atención a quienes tienes más cerca, incluso (o quizás con mayor motivo) si no te piden abiertamente que les escuches o te intereses por sus cosas.
Esperamos que esta entrada que resulte útil para aprender a escuchar mejor y a establecer mejores relaciones con quienes te rodean al tiempo que detectas si estás administrando bien tu tiempo y tus energías o si, por el contrario, estás gastando inútil o dañinamente tus recursos.
Irene Fernández Pinto
Psicóloga con autorización sanitaria colegiada con número M-22996. Licenciada por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), máster en Terapia de Conducta por el Instituto Terapéutico de Madrid (ITEMA) y máster en Metodología de las Ciencias del Comportamiento y de la Salud (UAM-UNED).