Por una Psicología científica: los psicólogos nos plantamos frente a las pseudoterapias
/Es posible que durante las últimas semanas hayas visto, en Redes Sociales o en los medios de comunicación (p. ej., en este artículo de El País), que ha habido cierta controversia en torno a la enmienda presentada por el Consejo General del Colegio Oficial de Psicólogos (CGCOP) al Plan de Protección de la Salud frente a las Pseudoterapias que está preparando el Gobierno. Te explicamos en qué ha consistido esta polémica y por qué es importante eliminar las prácticas pseudoterapéuticas del ámbito de actuación de los psicólogos.
¿Qué está pasando?
En concreto, el párrafo que nos alarmaba de la enmienda del CGCOP, era el siguiente:
Este párrafo, cuya interpretación se presta a cierta ambigüedad, podría dar a entender dos cuestiones que nos alarman: 1) que en Psicología podemos considerar como “evidencia científica” algo diferente que en otras disciplinas y 2) que una pseudoterapia puede ser beneficiosa siempre y cuando la aplique un psicólogo. La ambigüedad que mencionábamos se comienza a diluir cuando comprobamos que el Colegio Oficial de Psicólogos promueve abiertamente formaciones que incluyen terapias no fundamentadas en la evidencia, como es el Psicoanálisis entre otras, sin ir más lejos en su Curso de Introducción a las principales psicoterapias que comienza este mismo mes de febrero.
Ante esto, más de 1600 psicólogos que consideramos que nuestra práctica debe basarse en la evidencia científica no nos sentimos representados y hemos querido que nuestra respuesta sea contundente para abrir un debate que permita eliminar esta lacra que son las pseudoterapias de nuestro ámbito de actuación. Aquí puedes leer la carta que hemos enviado al CGCOP: “Por una psicología científica”. Varias sociedades científicas como la SAVECC, la SEJyD y la SEPEX han emitido comunicados similares.
Sabemos que la labor de determinar qué criterios deben utilizarse para trazar la línea divisoria entre lo que se considera terapia y pseudoterapia es compleja. Por ello, lo que se reclama es sencillamente la creación de una comisión de trabajo en la que participen sociedades científicas y colegios profesionales, que siente las bases para que los Colegios Oficiales de Psicología puedan velar por que las actuaciones de los psicólogos se realicen de acuerdo con estos criterios, en vez de permitir que “todo valga” en el seno de la Psicología.
¿Qué es una pseudoterapia y por qué es importante el método científico?
Para responder a estas cuestiones primero tenemos que definir algunos términos. En primer lugar, debemos que recordar que la Psicología es la CIENCIA que estudia el comportamiento humano. Partiendo de esta base, ya podemos deducir que el quehacer del psicólogo debe estar fundamentado en la evidencia científica para poder considerarse realmente Psicología.
En segundo lugar, tal y como se indica en este recomendable artículo “¿Qué es esa cosa llamada pseudociencia? Una visión desde la Psicología”, podríamos definir la pseudociencia como aquello que toma la apariencia de ciencia sin serlo. Y en la misma línea, una pseudoterapia o terapia pseudocientífica es aquella práctica que, pese a su pretensión de tratar enfermedades o problemas psicológicos, no ha demostrado científicamente su efectividad.
¿Y por qué es tan importante que la labor de los psicólogos esté basada en la evidencia científica? ¿Por qué exigimos que la eficacia de las intervenciones se demuestre mediante el método científico? ¿No vale con el juicio o la experiencia profesionales o con las observaciones de que nos está funcionando? Para responder a estas preguntas, te recomiendo este vídeo de Helena Matute, es largo pero ameno (te verás reflejado en muchos ejemplos) y merece la pena que te reserves un rato para verlo:
La idea es la siguiente: las personas no somos tan racionales como nos gusta pensar, sino que nuestros razonamientos son víctimas de numerosos sesgos cognitivos que nos llevan al engaño: cosas que nos resultan muy evidentes no siempre son tal y como aparentan. No somos ordenadores lógicos, sino seres fruto de la evolución y del aprendizaje que nos han permitido adaptarnos al entorno razonablemente bien, pero para ello muchas veces tiramos de heurísticos o “atajos mentales” que en ciertas circunstancias fallan. Un ejemplo muy típico es la confusión entre correlación y causalidad: tendemos a asumir que cuando dos fenómenos se producen a la vez uno de ellos causa el otro, lo cual no siempre se corresponde con la realidad.
Estos sesgos cognitivos son los que explican que nuestras impresiones particulares sobre la eficacia de una intervención no siempre sean correctas. Por ejemplo, si parece que un tratamiento me funciona porque he mejorado tras la terapia, debo saber que esto se podría explicar también por la remisión espontánea: hay problemas que mejoran por sí solos incluso aunque no hagamos nada. El método científico es el mejor antídoto que hemos desarrollado frente a este problema, pues los diseños experimentales intentan precisamente controlar otras variables que puedan explicar la supuesta eficacia independientemente de nuestro falible juicio personal y profesional.
Detrás de toda pseudoterapia siempre hay “profesionales” y usuarios convencidos de su eficacia que nos pueden contar historias de éxito conmovedoras, pero hasta que no pase el filtro del método científico estas historias no son más que anécdotas, tal vez más fruto de la casualidad que de la causalidad.
Ya, pero… ¡la Ciencia no lo sabe todo! Efectivamente esto es así, de hecho, una característica del buen quehacer científico es precisamente el escepticismo, que cuando se enfoca constructivamente permite que avancemos y que cosas que hoy damos por ciertas mañana descubramos que no lo son. Esto a veces “nos descoloca”, pero pese a ello o, mejor dicho, precisamente por ello, el método científico es el mejor método que conocemos para acumular conocimientos sólidos y, en cualquier caso, es preferible a las opiniones de quienes desconocen el tema o de quienes tienen intereses que no siempre están alineados con lo que es mejor para el usuario.
¿Cuál es el peligro de las pseudoterapias?
Un argumento muy frecuente es el siguiente: “¿Por qué os molestan tanto si lo peor que puede pasar es “simplemente” que no funcione?” Y a esto hay que responder de varias maneras:
Motivos económicos: Vender algo que no funciona con pretensiones de que sí lo hace es fraude, un fraude que en el caso de la “psicología” cuesta miles de euros a personas que hacen grandes esfuerzos por costeárselo (sin contar con el tiempo y esfuerzo invertidos). Esto se produce en un contexto en el que no se da suficiente importancia a la salud mental y en el que es muy difícil obtener una ayuda adecuada y ágil en el sistema público de salud, con lo cual no podemos permitirnos desperdiciar recursos. No sorprenderá que precisamente lo que muchas pseudoterapias psicológicas tienen en común es que los tratamientos suelen ser muy caros y alargarse a veces durante muchos años, para lucro del pseudoterapeuta, ese mismo que dice que su juicio profesional está por encima de los criterios científicos de eficacia.
Iatrogenia: Este término se refiere al daño que puede provocar una intervención realizada por un profesional sanitario. Y es que además de ser ineficaz, un tratamiento inadecuado puede hacer mucho daño. Esto sucede, por ejemplo, cuando se insta al paciente a centrarse en su pasado o a ahondar en sus preocupaciones y malestares, sin dar soluciones concretas y factibles en el aquí y ahora. Esta práctica es frecuente en muchas pseudoterapias y con frecuencia provoca un empeoramiento del problema y dificulta su solución posterior, tal y como muchos psicólogos comprobamos con rabia cuando acuden a nuestra consulta personas que han pasado previamente por este tipo de tratamientos. Por supuesto, aunque una terapia esté basada en la evidencia también puede existir mala praxis profesional, que debe ser vigilada.
Oportunidades perdidas: Esto, que podría considerarse un caso particular del anterior, se refiere a que con frecuencia las personas que han perdido el dinero o incluso sufrido y empeorado con una pseudoterapia es probable que se resistan a volver a pedir ayuda a un profesional de la Psicología, al carecer de directrices claras que distingan a un psicólogo de un pseudopsicólogo. Esto puede generar una cronificación o un empeoramiento del problema, máxime teniendo en cuenta el estigma que aún existe con respecto a ir al psicólogo.
Pérdida de confianza en la Psicología: Como resultado de todo lo anterior, y en la medida en que no existan criterios claros para garantizar que la actuación del psicólogo se rige por ciertos estándares y avales científicos, es natural que los usuarios, sus allegados y la sociedad en su conjunto desconfíen de nuestra disciplina y de nuestros profesionales. Esto obviamente es un problema para los propios psicólogos, pero es más preocupante aún la cantidad de personas con problemas que quedan sin atender por miedo a “tirar el dinero” o a ser atendidos por un “charlatán” que haga más mal que bien.
Por todo ello, es esencial que se limiten las actividades del psicólogo para que se ciñan a aquellos enfoques, estrategias y técnicas que hayan pasado unos filtros razonables de eficacia. Como decimos, esta delimitación es difícil de hacer, no se trata de blancos y negros sino que hay grises, pero si lo deseas, te invitamos a leer estos análisis críticos de nuestro compañero Sergio García Morilla sobre algunas de las terapias o técnicas que están en el punto de mira: constelaciones familiares, Gestalt, EMDR, programación neurolingüísticas (PNL) o Reiki, sin olvidar, por supuesto, el psicoanálisis.
La alianza terapéutica y el veredicto del pájaro Dodo
Un último argumento que esgrimen los defensores de las pseudoterapias es el comúnmente denominado “veredicto del pájaro Dodo”, que viene a decir que la eficacia de todas las terapias es equivalente, independientemente de su modelo teórico y de las técnicas que se empleen, ya que la clave está en la alianza terapéutica, o relación terapeuta-paciente, que es la que explicaría la mayor parte del cambio. De hecho, en la propia enmienda del CGCOP que citábamos al principio se hace alusión a la relación terapéutica para justificar el uso de la pseudoterapia por parte de los psicólogos.
Este argumento, muy polémico, tiene ya casi un siglo de antigüedad, momento en el cual los modelos y técnicas con que contamos en la actualidad aún estaban en pañales. A día de hoy parece que, cuando se emplean meta-análisis de calidad, la terapia cognitivo-conductual muestra una mayor eficacia que otras terapias y pseudoterapias. Esta cuestión se explica más detenidamente en este otro artículo.
La alianza terapéutica es pues una condición necesaria para que se produzca el cambio en terapia y esta sea eficaz, pero no deberíamos considerarla suficiente ni pensar que la relación entre el profesional y el usuario nos da carta blanca o impide que nuestras actuaciones puedan ser ineficaces o incluso dañinas.
En resumen, los psicólogos que defendemos una Psicología basada en la evidencia científica abogamos por que nuestra profesión cuente con mecanismos de control que garanticen a los usuarios que el tratamiento reciben es realmente eficaz y eficiente. Y sobre todo, queremos que cuando una persona toma la (no siempre fácil) decisión de ir a terapia psicológica, pueda hacerlo con la confianza de que el profesional que la atenderá utilizará las mejores herramientas a su alcance para ayudarla.
Queremos que ir al psicólogo deje de parecerse a jugar a la lotería, “A ver qué tipo de terapia me sale”, y que las personas puedan ir con confianza y sin necesidad de conocer los entresijos de nuestra profesión para poder atinar con un profesional adecuado que base su práctica en lo que sabemos que es más eficaz para ayudarle.
Irene Fernández Pinto
Psicóloga con autorización sanitaria colegiada con número M-22996. Licenciada por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), máster en Terapia de Conducta por el Instituto Terapéutico de Madrid (ITEMA) y máster en Metodología de las Ciencias del Comportamiento y de la Salud (UAM-UNED).