¿Por qué nos da miedo envejecer? Una reflexión con perspectiva de género

¿Qué es la vejez?

Para poder adentrarnos en este tema es importante definir el término de vejez y envejecimiento y plantearnos algunas cuestiones.

Según la OMS, la vejez es una construcción social y biográfica del último momento del curso vital y comprende las últimas décadas de la vida del individuo. Así, la vejez representa un conjunto de transformaciones físicas, cognitivas, emocionales y sociales del individuo que se relacionan con la pérdida de capacidades corporales y funcionales.

En este sentido, el envejecimiento se entiende como un proceso continuo y no lineal que se asocia con la edad de una persona en años, lo cual nos trae a la memoria dos conceptos de los que seguro hemos oído hablar: la edad biológica, que es la que tiene en cuenta los cambios físicos y biológicos que se producen en el cuerpo, fruto del paso de los años, y cronológica que es la edad en años, desde el nacimiento hasta la edad actual que tenga la persona.

Pero aparte de estas dos definiciones, hay muchas más que son importantes dentro de la psicología para entender la cantidad de factores que influyen en el envejecimiento, como la edad psicológica, que se refiere a cómo se comportan y se sienten las personas en comparación con su grupo de edad, la edad social, que se refiere a las costumbres de un individuo en relación con su grupo o sociedad, y la edad funcional, que es la competencia o habilidad para responder a las demandas del medio.

Por otro lado, los roles que tenemos como individuos en la sociedad occidental, se asientan sobre unos valores muy marcados de producción y reproducción; la actividad laboral proporciona un estatus social y solemos basar nuestra valía en nuestra productividad. Además, solemos construir nuestro estilo de vida alrededor del trabajo, que ocupa la mayoría de nuestro tiempo y marca nuestros ritmos sociales.

En este sentido, la jubilación supone el paso del individuo a una sociedad “pasiva” y un cambio de roles y reglas del tipo “no soy productivo laboralmente, por tanto, no tengo valor como persona”. Este fenómeno se une al suceso del “nido vacío”, por el cual los hijos cada vez reclaman menos atención y protección por su parte.

Estos cambios vitales, entre otros, configuran un nuevo contexto, marcado por una mayor disponibilidad de tiempo y una disminución de la responsabilidad, que requiere una gran adaptación a nuevos roles y posiciones sociales.

En esta línea surgen preguntas como: ¿hasta qué punto podemos controlar nuestra forma de envejecer? ¿La vejez está asociada únicamente a pérdidas? ¿Podemos seguir sintiéndonos útiles cuando somos mayores? ¿Hacerse mayor es algo negativo en sí mismo? ¿Es lo mismo envejecer que “hacerse viejo”?

Iremos respondiendo a estas cuestiones de acuerdo con distintas teorías, pero lo que está claro es que cada individuo es diferente y los cambios que vamos experimentando según envejecemos, aparte de estar influenciados por nuestra conducta y la toma de decisiones acumuladas en el tiempo, también lo están por las condiciones sociales, económicas, ambientales y políticas del entorno en el que nos desarrollamos.

Por esta razón, no podemos concebir el envejecimiento como un proceso uniforme y del que tenemos el control absoluto, sino como un conjunto de factores biológicos y sociales que se unen a los patrones de comportamiento que mantenemos a lo largo de la vida.

Mitos y realidades del envejecimiento: edadismo

Los estereotipos son ideas clichés sobre los atributos o características que posee un grupo social determinado y pueden favorecer la aparición de conductas de discriminación hacia ese colectivo. Además, estos estereotipos pueden influir en la percepción que tienen las personas de ese colectivo sobre sí mismas, y esto a su vez influye en su conducta.

Aquí es donde entra en juego el concepto edadismo, que se refiere a los estereotipos y prejuicios hacia las personas por su edad. Aunque solemos hablar de edadismo hacia las personas mayores, es un error pensar que sólo existe edadismo hacia este grupo de edad; también existe hacia los jóvenes, por ejemplo, rechazar a una persona joven en un puesto de trabajo porque se considera que “no tiene la suficiente experiencia” o cuando en la época del COVID-19 se tachó sobre todo a los jóvenes de “no ser responsables” por querer relacionarse con sus iguales.

En el caso de la vejez, a lo largo de la historia se ha valorado de dos formas: una demasiado positiva, en la que se consideraba a la persona mayor como sabia, cargada de experiencias, intocable y merecedora de respeto… y una demasiado negativa, en la que se ve a la persona mayor como dependiente, aislada socialmente y con déficits cognitivos. Ninguna de estas formas representa la realidad y además puede llevar a realizar conductas como infantilizarlas, tratarlas con condescendencia, invisibilizarlas y negarles ayuda (sobre todo en el ámbito de servicios administrativos), etc.

Además, los estereotipos edadistas que tenga una persona van a influir en su propio envejecimiento. Si pienso que la vejez es sinónimo de enfermedad, que las personas mayores no son productivas, que no voy a poder tener ningún control sobre mi propio envejecimiento, etc., es probable que acabe internalizando estos estereotipos y normalizando cuestiones que no son normales en la vejez (como estar triste, no realizar actividades, tener problemas de salud…) y, por tanto, realizando conductas asociadas con un envejecimiento patológico.

Los estudios realizados en esta población, aunque son necesarios muchos más, muestran que, aunque no se puede negar que a medida que envejecemos podemos tener más pérdidas de redes sociales, de recursos económicos, de capacidades físicas y cognitivas, la vejez no implica por sí misma enfermedad física ni psicológica, no implica menor productividad, ni sexualidad, ni creatividad, no implica menor adaptación a los cambios, ni peor regulación emocional, ni tampoco implica necesariamente monotonía. De la misma forma, la vejez tampoco implica que las personas mayores sean sabias, tiernas, amigables, ni seres de luz que no hagan daño a nadie ni tengan malas intenciones. Las personas mayores son, ante todo, personas, y como cualquier persona tienen historias de aprendizaje y conductas diferentes.

¿Qué papel juegan los medios de comunicación en todo esto?

Los medios de comunicación juegan un papel esencial a la hora de perpetuar estereotipos y prejuicios sobre las personas mayores.

Si nos fijamos, en los anuncios no suelen aparecer personas mayores, y cuando aparecen se les suele presentar como víctimas de tragedias, delitos o vulnerabilidades. Además, la terminología que suele utilizarse para mencionarlos es “anciano, abuelo, jubilado” y casi nunca aparecen realizando actividades diarias o como modelos para publicitar productos (excepto si son productos relacionados con enfermedades).

Estos discursos perpetúan una representación de fragilidad y, en consecuencia, un colectivo al que se supone que hay que sobreproteger.

En psicología es esencial analizar la influencia del lenguaje en nuestro comportamiento porque, al fin y al cabo, la conducta verbal también está moldeada por sus consecuencias, y por lo tanto es posible modificarla. Por ello, es más probable que la visión sesgada de las personas mayores y nuestra conducta hacia ellos cambie si se dejan de utilizar expresiones que las infantilicen y deshumanicen.

A continuación, se muestran algunos ejemplos:

¿Envejecer es igual para los hombres que para las mujeres?

Siguiendo en la línea de los medios de comunicación, uno de los estereotipos más comunes que aparece en los anuncios es el de la búsqueda constante de la estética joven, especialmente en las mujeres: se recomiendan infinitos productos de belleza para combatir la imagen “deteriorada” de la vejez e intentar evitar las arrugas a toda costa, como si fuera algo negativo.

Un ejemplo de ello, y de lo mucho que queda por avanzar en este sentido, lo vivimos hace bien poco con el comentario del periodista Carlos Boyero sobre la actriz Jodie Foster por su última aparición en una serie: “Mira que quiero yo a Jodie Foster y aquí no me gusta ni verla ni oírla. Está como avejentada… Es que ya es muy mayor, pero digamos que hay gente que envejece de una forma y otra de otra. Y a mí, aquí, no creo que hay planos que la maquillan para que esté más fea”.

A ellos se les permite tener canas y arrugas, e incluso se ve como algo atractivo, y en ellas se ve como un signo de “fealdad” y se intenta por todos los medios evitarlo o retrasarlo lo máximo posible. Esto se ve claramente en la industria del cine, que rechaza a las mujeres cuando son mayores de 50 y, si deciden contratarlas, las relegan a papeles de madres o abuelas.

Es por esto por lo que las mujeres mayores sufren una doble discriminación, una por ser mayores y otra por ser mujeres. Los roles desempeñados en esta etapa por hombres y mujeres muestran bastante desigualdad: las tasas de desempeño de tareas domésticas y cuidado a otras personas (trabajos que no están remunerados y están socialmente invisibilizados) son bastante superiores en mujeres que en hombres, lo cual influye directamente en su calidad de vida porque, como es obvio, cuidar de otras personas (ya sean nietos o familiares dependientes) no siempre es la mejor opción.

Además, el no haber podido acceder al mercado laboral o a una educación de calidad tiene un impacto directo en las pensiones y los ingresos de estas mujeres,  por no hablar de la violencia de género que se sigue experimentando a esas edades y que se agrava si sufren aislamiento, bajo nivel cultural y mala salud física. También su sexualidad, aparte de considerarse algo de “jóvenes” y estar asociada con la procreación en muchos casos, está fuera de las consideraciones de la mayoría de servicios sanitarios y de la sociedad en general.

En resumen, las mujeres siguen manteniendo su rol de ama de casa incluso después de jubilarse, además de enfrentarse, posiblemente, al cuidado del marido y/o nietos.

¿Qué podemos hacer como sociedad?

Aunque es cierto que cada vez hay una actitud más positiva hacia el envejecimiento y más conciencia de que todos vamos a llegar a mayores y que cada persona es diferente y cada envejecimiento también, aún queda mucho por avanzar.

Resulta paradójico que en la sociedad capitalista en la que vivimos nos recomienden constantemente cuidar nuestra salud haciendo ejercicio y alimentándonos bien, a la vez que se ejerce una gran presión estética y laboral sobre nosotras, que se traduce a su vez en falta de tiempo y energía para llevar a cabo todas estas conductas “saludables” y en sentimientos de culpa por no poder hacerlo.

La realidad es que tanto el envejecimiento como la visión que tenemos de éste, son una cuestión social. Por consiguiente, es crucial fomentar un envejecimiento activo, pero también reforzar las leyes que salvaguardan los derechos de las personas mayores y las mujeres. Además, es fundamental que los servicios sanitarios y los medios de comunicación contribuyan a la prevención, asistencia e investigación del envejecimiento.

Finalmente, es esencial crear conciencia desde la psicología y otros campos pertinentes de que, al igual que en otras etapas de la vida, la vejez no representa a un grupo homogéneo de personas, sino todo lo contrario: a medida que envejecemos, nos conocemos más a nosotros mismos y reafirmamos nuestras diferencias.


Andrea Álvarez García

Psicóloga estudiante del MPGS (URJC), especializada en el colectivo de la tercera edad y formándome en análisis de conducta.